noviembre 08, 2011

La última cabalgata IV (Final)


-Si todos nos portáramos en la vida diaria como en el Camino, esto sería un paraíso-
Santiago, durante la cena.

Todo un Logroño, Martes 25 de Octubre

Puente la Reina- Logroño: 70.1 km aprox. Ver ruta
Muchos de los que cruzamos el umbral del refugio como extraños la noche anterior nos despedimos hoy como amigos, o por los menos, como los amigos que podríamos llegar a ser si tan sólo siguiéramos el mismo camino por el tiempo suficiente. Antonio y Juan tienen el plan de llegar a Logroño,  a unos 80 km de Puente la Reina, donde hay un refugio de la municipalidad y lo mejor, donde se hacen unas tapas exquisitas.  Ayer platicamos un poco cuando consiguieron sacarle la mayor parte del barro a sus bicicletas después del temporal, acordamos encontrarnos allá e intercambiamos  números de teléfono. En esta mañana tan fría no tengo la menor intención de ponerme los tenis mojados así que salgo en sandalias pero bien abrigado, lo cual me gana unas cuantas sonrisas incrédulas. – ¡Mucho gusto y ojalá que hasta luego!-  
Salgo al camino acompañado por el ya familiar dolor de frío en manos y pies, eso hasta que encuentro mi primer repecho no mucho después de comenzar. En el menú de la mañana mi platillo favorito: carreteras desiertas, impecables, que serpean entre parajes igualmente desolados. Todo esto sólo para mí. Un consuelo para la gripa que decididamente ya se ha instalado y para la voz de ultratumba que afortunadamente no tengo necesidad de utilizar. Hacia el medio día por fin logro solucionar el problema del rayo roto en un taller donde, sin embargo, me cobran diez euros por un trabajo de dos minutos que si tan sólo tuviera la herramienta… Al retomar la dirección de Logroño me cruzo con Antonio y con Juan afuera de otro taller y decidimos, sin más, continuar la etapa juntos. Me hacen saber que nos encontramos cerca de una fuente de vino ¡de vino! Inesperadamente, el vino es mejor de lo que esperaba poder extraer de una fuente y mejora con cada sorbo. Antes de dejar la fuente atrás nos hacemos de una buena provisión.  Comer acompañando, compartir la comida y anécdotas, beber vino de una botella de plástico, saludar a la gente con mochila y sombrero que sale de sendas ocultas  y desearles buen camino, lavar los cubiertos en una fuente de agua, calarse la gorra y decir ¿por dónde vamos ahora? –un lujo inusual. Pasamos por algunos caminos de terracería antes de salir a la carretera donde yo me siento mucho más cómodo pero aún así me cuesta trabajo seguir el ritmo. Hago un esfuerzo y pedaleo con ahínco. La carretera nos depara una interminable sucesión de colinas, de vientos en contra, de horas que pasan a prisa y nosotros mantenemos la marcha para llegar Logroño, soñando con esas tapas y la gran cena de solomillo que nos vamos a preparar.  Al final del día llegamos exhaustos  al refugio municipal donde nos dejan bien claro que hay reglas y se respetan al pie de la letra como que se cierra la puerta a las nueve, que hay que estar fuera a las 7:45am y que el registro para ciclistas empieza a las siete de la tarde para dar preferencia a los que van llegando a pie.  Cuando al fin entramos nos enteramos de que no hay estufa para cocinar así que a bañarse y a por las tapas. En el camino de salida encontramos a James y Andrea, de Inglaterra, que viajan en Bicicleta desde París y les proponemos ir con nosotros. Con ellos viene Chris, de Canadá. Entre todos recorremos los bares en busca de esas deliciosas tapas que no tardamos en encontrar y encadenar una tras otra acompañadas de los respectivos vasos de vino y risas. Al final, cuando volvemos corriendo diez minutos después de la hora de cierre del albergue, nos recibe el ceñudo encargado con un regaño que nos devuelve a la infancia y después del cual trastabillamos en la oscuridad a las habitaciones entre susurros y risas mal ahogadas. –Fascista- dice Chris con una sonrisa maliciosa.

Manada virtual, Miercoles 26 de Octubre

Logroño- Tosantos: 78.8 Km aprox. Ver ruta
La gente en los albergues, a diferencia de los hostales, comienza a moverse desde muy temprano y hoy, desde antes de las cinco de la mañana. Cuando empieza a clarear ya estamos afuera y esperando a que nos abran la bodega donde han guardado todas las bicicletas. Si me apegara a mi plan, me despediría hoy de todos y encaminaría hacia un pueblo llamado Cenicero desde el cual doblaría al suroeste hacia a Madrid. Anoche sin embargo, cuando los humos del vino revoloteaban alegremente en mi cabeza, lo platicamos y me convencen de hacer una etapa más con el grupo hasta Tosantos, en dirección de Burgos. Cargamos las bicicletas afuera del albergue mientras a través de la ventana de la oficina suena algo parecido a la Cabalgata de las Valquirias  -Se los dije, un fascista- dice Chris y estallan las carcajadas.
Empezamos el día bromeando, vamos lentamente y bebiendo sorbos de vino. Nos paramos cada diez minutos a tomar fotos, a intentar bajar granadas de un árbol, a buscar un baño… Cerca de las dos de la tarde nos damos cuenta de que vamos demasiado lento y de seguir así no completaremos la etapa. Comienzan las marchas forzadas nuevamente. Cometemos el típico error de no hacer compras temprano para no cargar con la comida todo el día. Seguimos uno de los senderos del Camino que me hace sudar pensando en los frágiles rayos de la Negra, en algunas partes el terreno es irregular como un lavadero, en otras no hay más opción que descender y empujar los siniestros rodados.  Nos saltamos la hora de la comida y encontramos una pendiente de terracería que nos drena las últimas fuerzas pero el próximo pueblo está a cuatro kilómetros y es prácticamente puro descenso. Al llegar a la plaza principal nos encontramos con James y Andrea, haciendo picnic  tranquilamente. Hacemos planes para seguir todos juntos pero se truncan cuando Juan, Antonio y yo entramos en un merendero y pedimos ración doble de espagueti, ellos continúan y nosotros comemos hasta que la idea de seguir pedaleando parece imposible. Si bien la perspectiva de continuar ya parece poco agradable, ni qué decir de aquella de hacerlo por los tortuosos caminos de terracería que mi bicicleta ya comienza a resentir. La única alternativa es continuar por la Nacional pero esa sólo es de mi agrado así que convenimos separarnos y encontrarnos en el siguiente pueblo, a unos 20 km de distancia. Cuando nos volvemos a encontrar la peor parte de la digestión ya ha pasado y nos topamos nuevamente con los ingleses de manera que partimos los cinco para hacer los últimos seis kilómetros en manada. Fue Santiago en Puente la Reina quien nos recomendó el albergue ya que él fue voluntario ahí hace dos años. El recibimiento que nos dan raya en lo conmovedor. Nos bañamos, cenamos y nos invitan a una reflexión en una pequeña sala en el ático de la casa centenaria, las palabras se olvidan pronto pero la sensación permanece durante días.

Al sur, Jueves 27 de Octubre

Tosantos- Santo Domingo de Silos: 96.8 km Ver ruta
Lluvia para hoy. Abrazos de despedida, buenos deseos y fotos de grupo bajo el cielo borrascoso. Un último adiós y el coro vuelve a ser solo. El padre José Luis, encargado del refugio de Tosantos, sugiere que me dirija al monasterio de Santo Domingo de Silos, busque al padre Alfredo y le diga que voy de su parte para que me dé refugio esa noche. Regreso cuatro kilómetros por donde vinimos la noche anterior para encontrar la carretera que cruza la Sierra de la Demanda. Un hombre trata de advertirme que el Camino de Santiago no va por ahí y cuando le comento que voy a Madrid me desaconseja seguir por la sierra y menos con este clima. Le doy las gracias pero sigo la ruta planeada después de envolverme lo s tenis con bolsas de plástico cuando la lluvia comienza a caer de verdad.  Me aprovisiono en una tienda y continúo espoleado por el frío aunque pronto comienzan las pendientes, mayores de lo que había estimado. Allá en la distancia aparecen unas cumbres nevadas alzándose por encima del paisaje otoñal. Hago un alto cuando veo personas conversando junto a la carretera y les pido todo tipo de detalles sobre el terreno que tengo por delante. Me dicen que  es poco factible llegar hasta el monasterio en un solo día teniendo en cuenta el puerto de montaña que hay que subir –Depende de cómo tengas las patas- me dicen. La duda me hace torcer la boca pero me digo que al menos lo voy a intentar. Conforme avanzo los pueblos se vuelven más y más escasos. Con todo mojado por la lluvia no dan ganas de sentarse a comer así que durante todo el día voy comiendo bocados que saco de las alforjas y manzanas que tomé de un árbol y que guardo en los bolsillos.  Cuando llego al puerto de montaña y veo que es temprano me decido a continuar. Cuando a las seis de la tarde me encuentro frente al monasterio caigo en cuenta de que llevo nueve horas sobre la bicicleta, de que no he descansado en todo el día y de que tengo la ropa toda mojada por la lluvia y el sudor. Entro temblando en la iglesia y tomo asiento con la esperanza de entrar en calor. Comienzo a reflexionar como voy a hacer para encontrar al padre Alfredo en ese enorme complejo cuando recuerdo un comentario que escuché la noche anterior según el cual los monjes de aquí son famosos por los cantos gregorianos con los que celebran los oficios y creo que he llegado justo a tiempo. Noto la gran cantidad de turistas asiáticos y comienzo a hacer conjeturas cuando de pronto entran por las puertas no menos de doscientos estudiantes de secundaria acompañados por sus respectivos profesores que se afanan en vano por mantener la compostura de los chicos. Cuando comienzan los cantos siento un escalofrío subirme por la espalda y sospecho que no es sólo de frío. Cuando concluye el oficio y los monjes atraviesan el pasillo en formación cantando frente de mi no puedo contener las lágrimas que comienzan a brotar a borbotones.  Me lleva un buen rato encontrar al padre Alfredo, preguntando por él casi afónico a todos los monjes que veo y cuyo trato, aunque amable, me parece notablemente parco. El padre Alfredo tampoco es necesariamente la calidez personificada pero su expresión cambia cuando menciono al padre José Luis: parece recordar algo, sonríe y dice que es un buen hombre. Al final del día me encuentro en unas habitaciones para peregrinos de las cuales soy el único ocupante. El padre Alfredo me trae algo de sopa caliente para mi garganta y un plato de carnes frías con queso. Le agradezco y después de que nos despedimos tomo un baño caliente, ceno y dedico algún tiempo a estudiar el mapa. Tengo cobijas de sobra así que, al menos por esta noche,  no pasaré frío.

El asfalto bajo mis ruedas, Viernes 28 de Octubre

Santo Domingo de Silos- Santibañez de Ayllón: 105 km aprox. Ver ruta
Al igual que todos los refugios, de este también hay que salir temprano así que con las primeras luces del alba me despido del padre Alfredo, quien pide a dios que me proteja y guie en mi camino. Como de costumbre no rechazo nada, ni siquiera las bendiciones. Pronto descubro ante mí una vasta llanura de sembradíos y viñedos. Hace días estuve en la Rioja con Juan y Antonio, hoy me dirijo a la Ribera del Duero. Eso significa para mí más kilómetros a menor costo y hoy es el día para avanzar.
Una sensación casi olvidada. El viento cálido me acaricia el rostro mientras el asfalto parece fundirse bajo mis ruedas. Antes del medio día he dejado cincuenta kilómetros atrás y me pregunto si antes de que termine el día podré arrebatarle otros cincuenta o más al camino pero no estoy tan seguro ya que tras el horizonte se revelan poco a poco las cimas de la Sierra de Ayllón que deberé franquear para poder llegar a Madrid. Hoy, como ayer, paso el día prácticamente sin desmontar pero hago un alto en un área de descanso a la salida de un pueblo fantasma, uno de esos lugares desolados en lo que me siento tan bien. Cerca del final del día el terreno se inclina nuevamente y mis ruedas se deslizan con menor velocidad al subir por las faldas de la montaña. Platico un momento con una señora muy amable quien me regala dos kilos de manzanas y una pieza de pan, seguro pensando en sus hijos de los cuales uno recorre los vastos confines de Sudamérica.  Cuando cae el sol desmonto y acampo junto a la carretera en un área desprovista de árboles pero oculta por unas rocas. Abandono pronto un intento de hacer fogata con madera húmeda. Estoy cansado, tanto que ni me apetece comer pero me fuerzo a comer algo de mis provisiones casi agotadas. Contrariamente a lo que hubiera querido he finalizado el día otra vez en la serranía de manera que el frío está garantizado. Me visto por completo y entro en el saco de dormir. Durante toda la noche me mantienen despierto los accesos de tos y la garganta que me arde como si la tuviera en carne viva cada vez que paso saliva. Es la primera noche que paso frío a pesar de traer todo puesto encima y ojalá la única. Cuando salgo a mear en la madrugada veo la costra de hielo sobre el toldo. 

Un esfuerzo más. Sabado 29 de Octubre

Santibañez de Ayllón- Hiruela: 70 km. Ver ruta
Por fin amanece. Me desplazo por un mundo secreto de neblina, una burbuja intemporal de seis metros de diámetro más allá de la cual parece no haber nada.  Las diminutas partículas de agua en suspensión se adhieren a los pliegues de mi ropa, a mis pestañas, a mis cejas. Comienzo el ascenso en cuanto pongo el pié en el pedal ansiando entrar en calor cuanto antes. Paro un momento para ponerme el chaleco reflectante cuando algo a mi derecha rasga el aire una y otra vez con un profundo rumor grave. Entre la niebla se dibuja débilmente la silueta de un enorme generador eólico, creo que ya debo estar cerca de la primera cima. La principal causa de inquietud de este día es cortesía de los veinte kilómetros de terracería que atraviesan la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz, estoy seguro de poder cruzarlos hoy mismo pero no se cuanta energía me tome hacerlo y no quisiera, por ningún motivo, pasar otra noche como la anterior de manera que apoyo fuerte en los pedales a pesar de sentir un gran cansancio desde el comienzo de la mañana. Mis expectativas no son defraudadas y antes de llegar a la mitad del trayecto estoy exhausto y es cerca de la una de la tarde. Continúo hasta que por fin llego a algún puerto sin marcar desde el cual se ven las montañas que se interponen en mi camino y desciendo. Al salir del tramo de terracería sé que no podré ir mucho más lejos pero para mi gran alivio encuentro un largo descenso, hasta que noto que he pasado de largo la salida que buscaba y reanudo el ascenso. Pasan las horas y me siento agotado pero me pido un poco más. Entro en caminos solitarios habitados sólo por cabras de monte. -¿Debería parar aquí? No, un kilómetro que avance hoy será uno que no tendré que avanzar mañana y apenas son las cinco y media-  Continúo confiando en que serán los últimos esfuerzos del día cuando entonces lo veo. Un precipicio al fondo del cual fluye un río cientos de metros abajo. La carretera desciende abruptamente haciendo zigzag por las paredes de roca, cruza el río por un angosto puente y vuelve a ascender para luego perderse entre las montañas. Bajar seguro lo logro aunque en ello me acabe los frenos, la subida es otra historia. Hora y media más tarde he cruzado. Me tiemblan las piernas, estoy empapado de sudor, el corazón me late a toda velocidad y esta vez estoy convencido de que no puedo continuar. Por otra parte si me detengo ahora tendré que acampar en el monte desprovisto de árboles, con provisiones muy menguadas y estando aún en la sierra de manera que sigo un poco más. Dan  las nueve y media de la noche y  voy llegando a Hiruela, dos kilómetros antes del puerto de montaña del mismo nombre. Para llegar ahí hube de descender y ascender incontables veces, me perdí y encontré el camino, inspeccioné una cabaña forestal al parecer abandonada pero cerrada con llave, unas señoras me aseguraron que Hiruela estaba cerca y comí mis últimas provisiones de pie antes de atar la linterna al manubrio con una liga y continuar pedaleando de noche. ¿Podría seguir si no hubiera más remedio? Prefiero no pensar en ello. Me pongo a buscar un… bueno, lo que sea para pasar la noche y comer algo. Afuera de un pequeño bar café platico lo mejor que puedo con mi voz enronquecida con una pareja mayor. Paco resulta ser empleado del ayuntamiento y llama al alcalde para avisar que van a abrir la bodega para que pueda pasar la noche ahí. La bodega tiene, gracias, gracias, calefacción.  Al ver que en el bar no tienen la menor intención de preparar bocadillos y que estoy dispuesto a comerme lo que sea, me invitan a cenar con ellos en su casa. Este día tiene un final feliz.

La última cabalgata, Domingo 30 de Octubre

La Hiruela- Colmenar Viejo: 70.3 km aprox. Ver ruta
Estoy de pie en el puerto de la Hiruela mirando hacia abajo, al valle y preguntándome que sorpresas me están reservadas para hoy, teóricamente, el último día de mi viaje en bicicleta. Una foto antes de iniciar el descenso. No se siente como el último día, de hecho se siente casi el primero, como si tuviera meses y meses de vida peripatética por delante. Lo que si me espera es salir de la sierra, imponente como una muralla que resguardara la entrada a la ciudad. Una pinchadura de despedida en Guadalix y me siento en el suelo a realizar por la última vez en este viaje una maniobra casi de rutina. El camino ya no me reserva sorpresas. Entro en la estación de cercanías de Colmenar Viejo, compro mi boleto y voy rumbo a Parla. Atravieso un Madrid envuelto en las sedas del ocaso, breve como un suspiro y al siguiente estoy llamando a la puerta. Cinco meses en bicicleta, no sé cuantos kilómetros pedaleados y menos los recorridos. Ocho, casi nueve meses de viaje. Siento una punzada de nostalgia al mirar el camino por el que he venido pero si algo he aprendido es que nada se acaba definitivamente, más que una sola vez.



noviembre 04, 2011

La última cabalgata III


No estoy acostumbrado a dormir en camping formal. Hay demasiada gente, demasiado ruido y me incomoda la idea de perder el anonimato, de plantar la  tienda de campaña ahí nada más, a la vista de todos. Pero una cena caliente y un baño aún más caliente surten su efecto y mi cuerpo se relaja dentro de la bolsa de dormir aunque afuera la temperatura continúa descendiendo. Ya estoy en España, ya he brincado el muro que me separaba de mi último destino, ya estoy entre esa gente a cuyo acento diferente del mío le he tomado afecto. Ahora sólo tengo que dejarme caer, dejar que los Pirineos me escupan fuera de sus alturas como si fuera una pepita hacia el calor de las tierras del sur, no más frío ni lluvias ni días enteros ascendiendo, todo será sencillo de ahora en adelante. ¿O no?

España día uno, un guante de seda. Domingo 23 de Octubre.

Isaba- Aldunate: 68.6 km Ver ruta
Las llantas zumban al deslizarme entre los valles flanqueados por altos muros de roca. Es domingo y el mundo parece dormir, pronto se desvanecen mis esperanzas de encontrar un taller abierto donde desmontar los piñones para remplazar el rayo roto. Toda la belleza que me deslumbra al doblar curva tras curva no basta para convencerme de pasar una noche más en las alturas y apoyo fuerte en los pedales toda vez que la velocidad disminuye. Converso con unos ciclistas que me sugieren que siga un tramo del Camino de Santiago de Compostela, el camino que en un principio tuve la intención de seguir hasta el final, para hallar refugio y comida económicos. Les agradezco sus sugerencias pero sé que no me gusta modificar mis planes por comodidad, si algún refugio queda en mi ruta bien pero si no, pasaré de largo y acamparé donde la noche me obligue a hacerlo. Un día hermoso: soleado y cálido. Avanzo bien y rápido aunque percibo la fatiga del día anterior y me prometo tomarlo con calma. Pronto dejo atrás los Pirineos y entro en la Nacional 240 que me lleva a lo largo del Embalse de Yesa, en dirección de Pamplona. Es una ruta sencilla y durante todo el día sólo tengo que seguir dos largas carreteras nacionales de circulación moderada hasta que de pronto aparece una autopista que según mi mapa no debería estar ahí, a la altura de Lumbier. Lo bueno es que después de algunos confusos  minutos buscando una ruta alterna encuentro una carretera secundaria en perfectas condiciones y desierta por completo. Cerca de las seis paso junto a un área de descanso como una enorme terraza con vista al valle y decido no ir más lejos ese día. Ceno algo viendo los autos pasar a lo lejos en la autopista y me pregunto qué me deparará el día de mañana, para el cual se ha pronosticado lluvia. Esta noche duermo sin frío a pesar de que los vientos azotan la tienda como si quisieran arrancarla de suelo.

España día dos, un puño de hierro. Lunes 24 de Octubre.

Aldunate- Puente la Reina: 48.4 km Ver ruta
Intento plegar la casa de campaña pero el viento es fuerte y sopla confuso desde todas las direcciones. El cielo despejado por la mañana ahora está cubierto por un pesado manto de nubes negras. Las gotas de agua caen tímidamente al principio y copiosamente después de algunos minutos. Envuelvo el equipaje en la manta de supervivencia que por ser plateada se ve bien desde lejos. Desayuno frugalmente cruzado de piernas bajo un árbol que protege a medias de la lluvia y me preparo mentalmente para mantener la moral alta pase lo que pase. Las primeras horas no van nada mal de hecho, el viento sopla a mi espalda y el esfuerzo que tengo que hacer es mínimo aunque con la velocidad la llanta hace saltar chorros de agua que el guardafangos no alcanza a contener y pronto mis tenis están tan mojados como si los hubiera sumergido. Comienzo a perder la calma cuando compruebo que el agua se filtra en mis alforjas a pesar de la cubierta impermeable y el frío me hace temblar cuando me detengo a reacomodar las cosas. La clave es mantenerse pedaleando para conservar el calor así que continúo tan rápido como puedo y pronto voy a toda velocidad. Aguarda, no siento el viento en el rostro ¿Por qué? Miro las briznas de hierba junto a la carretera y todas se inclinan hacia adelante. Me está llevando el viento. Me sale una sonrisa que más tarde se convierte en un ceño fruncido cuando dejo de pedalear y no pierdo velocidad.  Pronto el viento se convierte en algo más, en unas manos que me dan empujones en la espalda, en las alforjas y sé que algo no anda bien. Salgo de una curva, hacia una extensión llana de sembradíos y el viento que antes me propulsara comienza a embestirme de lado. Logro resistir los primeros embates compensando mi peso sobre la Negra pero entonces uno de ellos hace desaparecer el asfalto bajo mis llantas y me lanza hacia la arcilla que mis manos brincan para mantener separada de mi rostro. Un intento más de montar la bicicleta y abandono la idea: hay momentos en que aún estando apoyado firmemente en el suelo y sosteniéndola por el manubrio el viento la hace derrapar lateralmente.  Por fortuna hay poco tráfico pero el que hay son todos grandes camiones de carga y no hay acotamiento. Considero mis opciones pero solo hay una: avanzar centímetro a centímetro y salir de ahí, buscar un refugio. El viento ruge furiosamente en mis oídos y nunca he experimentado un vendaval semejante. Dos y tres veces me arrebata la bicicleta de las manos, que va a parar al lodo junto al camino, arranca el mapa y lo hace desaparecer en el aire, la manta de supervivencia que cubre mi equipaje latiguea mientras intento asegurarla para que no vuele también.  Paso algunos minutos aferrado a un señalamiento para poder mantenerme en pie cuando un tráiler se estaciona atrás de mi ¿ayuda? No, dobla y entra en un descanso con el pesado toldo de lona desprendido y agitándose como una hoja de papel.  “TIEBAS 1 km” No, imposible caminar un kilómetro así y menos de subida. Adelante hay una desviación donde desciende la carretera y cruzo los dedos por que haya algo allá abajo. Me lleva más de media hora avanzar doscientos metros pero al fin me topo con la Nacional 601 y al otro lado veo una cafetería para camioneros. Entro ensopado, temblando y exhausto. La dueña refunfuña sobre el mal tiempo y cierra con llave para que el viento no abra la puerta, deja de secar el piso cuando le pido un café bien caliente y algo para comer. Las noticias dicen algo sobre una alerta por vientos de hasta cien kilómetros por hora y yo me pregunto ¿Cómo voy a hacer para salir de aquí? Hora y media más tarde he repasado y agotado todas las posibilidades hasta que queda una, avanzar palmo a palmo en busca de un refugio para peregrinos y aguardar al día siguiente. El viento sigue aullando cuando vuelvo a la carretera pero con menos intensidad. Me hago el ánimo y vuelvo a subir a la bicicleta. El camino y la casualidad me llevan a Puente la Reina, justo a las puertas de un refugio. 

Conciliación

El baño y la ropa seca llegan un poco demasiado tarde, tengo el pecho congestionado y la garganta ardorosa. También tengo mucha hambre y la única tienda que hay abre hasta las cinco. Salgo a dar un paseo, aprovechando que por el momento no llueve. Al regresar de hacer compras veo tres ciclistas frente al refugio cepillando sendas bicicletas de montaña cubiertas de lodo. –Hola ¿Herramientas para remover piñones? No, bueno, gracias y suerte- Me preparo en la cocina un gran plato de papas, polenta, tomates, queso y  tocino mientras que el refugio cobra vida a medida que llegan los peregrinos a pie. No sé cómo pero pronto me encuentro conviviendo con unos, luego con otros y al cabo de unas horas tengo ropa secando con los ciclistas y me veo invitado a cenar espagueti por Santiago, Anastasia y otros cuyo nombre no recuerdo de cinco o seis países diferentes. Admito para el grupo que es una experiencia novedosa llegar a un lugar así y encontrarme de pronto en el seno de un ambiente tan cálido y familiar. Eso, me dicen, es porque estoy en el Camino de Santiago y todos lo comenzaron como desconocidos.


noviembre 03, 2011

La última cabalgata II


Despierto con frío en una pierna y veo que la tengo fuera del aislante, me acomodo y sigo durmiendo. Despierto y tengo frío en los brazos, que raro, vuelvo a dormir. Despierto y tengo la cabeza helada, me pongo el gorro y a dormir. Despierto. Esto es demasiado. Remuevo el contenido de las alforjas y saco la manta de supervivencia: una pesadilla de plástico crujiente que es como cubrirse con papel aluminio pero entro en calor de inmediato cuando la pongo sobre mi saco de dormir y duermo nuevamente. Sueño que el río junto al que acampo ha desbordado su cauce y la casa de campaña se encuentra bajo el agua, y no ha colapsado gracias a una gran burbuja de aire precariamente atrapada por la tela de la casa. Despierto y la bolsa de dormir está empapada por la condensación que la manta de supervivencia no deja transpirar... Cuando al fin comienza a amanecer salgo y entiendo: hay una costra de hielo sobre la tienda de campaña y la hierba congelada cruje bajo mis pies. Cuando logro desarmar la casa y cruzar los diez metros de hierba hasta la carretera mis tenis, mis calcetines y mis pies están mojados, los dedos de las manos tienen un rojo encendido y arden de frío. La solución es subir cuanto antes a la bicicleta y entrar en calor pero el viento no coopera. Pasan dos horas antes de que las manos y los pies dejen de doler. Luego todo mejora.

Buscando la puerta. Viernes 21


St. Pe de Bigorre- Arette: 58.4 km Ver ruta
En el camino se me ocurre que si no he ascendido al Tourmalet, entonces cruzaré la frontera por el Pico de Orhy, unos cien metros menos impresionante pero aún así todo una empresa con treinta y cinco kilos de equipaje a cuestas. Siguiendo el consejo de Olivier, la idea es pasar la noche en la base de la montaña y comenzar el ascenso temprano al día siguiente, llegar al puerto por la tarde y descender para evitar el frío de la noche en lo alto. Más tarde me doy cuenta de que no llegaré a tiempo para dormir en la base del Pico así que cambio la ruta y me dirijo a un paso más cercano: Pierre St. Martin. Es un día silencioso entre caminos poco transitados donde las hojas danzan y se arremolinan al son del viento otoñal, único sonido que turba la calma de los bosques vestidos de rojo amarillo y verde. Durante la pausa de la comida extiendo al sol la casa de campaña y observo el toldo gotear mientras corto el relleno de mi baguette.

Arette, antesala a la salida de Francia y de entrada en España. Sólo veinticinco kilómetros más y llegaré al décimo y último país de mi recorrido. Francia siempre ha cuidado bien de mí y ha sido un deleite de cruzar en bicicleta, estoy agradecido y le guardo cariño pero necesito hacerme al sur y pronto. Esa noche no repito el error y acampo bajo unos árboles para resguardarme del rocío y entro completamente vestido en la bolsa de dormir, doble calcetín y todo, una operación aparatosa pero que me asegura de no pasar frío otra vez. Después de un rato me encuentro apretado e incómodo pero calientito y listo para dormir. ¡Oh no! Ganas de ir al baño.

¿Qué tan difícil puede ser? Sábado 22.


Arette- Izaba: 52.3 km Ver ruta
Un gran desayuno para un gran día: torta de camembert con jamón, cereales con frutas secas, una naranja y chocolate, todo a la luz de la linterna dentro de la tienda de campaña. Desde la salida de Toulouse el terreno comienza a inclinarse, imperceptible pero constantemente. Al paso de los días la inclinación se hace más y más pronunciada de manera que el sonido de mi respiración, en un principio apenas audible se convierte en un perpetuo resoplido y el corazón me golpea el pecho más rápido y más fuerte con cada día que pasa hasta que hoy llega al culmen. La táctica es sencilla, empezar suave y despacio para entrar en calor, cuidando mucho la rodilla derecha que sigue doliendo pero no hay opción más que hacerla trabajar. Luego, conforme se acentúe la pendiente, hacer paradas cada cien metros o al llegar a cada curva o simplemente cada vez que encuentre un lugar apto. El mapa marca una pendiente del 9% pero los señalamientos para ciclistas muestran en ocasiones pendientes de hasta el 15%. Comienza el ascenso. Descanso en la cuarta o quinta curva cuando escucho un claxon y el conductor agita el puño con una sonrisa que dice – ¡ánimo!-. Hora tras hora me digo que debe faltar poco, que subo una curva más, que llego al arbusto y descanso, que llego a ese acotamiento y como un bocadillo, que otra curva más. Los pensamientos van guardando silencio y al parar escucho sólo el viento y el corazón que retumba en la garganta y las sienes. El valle es estrecho, por lo que no puedo ver lo que he ascendido hasta mucho más tarde, aunque el sol me da una referencia a medida que lo alcanzo ya que durante las primeras horas avanzo a la sombra de las montañas, dejando a mi paso una estela de vapor con cada resuello. Lo que veo al salir de una curva me deja impávido al principio y luego me conmueve al punto de hacerme apretar la boca. Muy lejos allá abajo y casi pérdida en la bruma se encuentra la vasta extensión de bosques que vengo atravesando desde hace días. Las hojas que aún no han caído de los árboles revolotean por millares y cantan como el furioso torrente de un río. Seguir y seguir. Sigo ascendiendo y al pasar de las horas se hace difícil mantener a raya los pensamientos que dicen –no puedo más- y que se agolpan en mi mente como para tomarla por asalto. Ocho horas, veintidós kilómetros, un rayo roto y un pedal crujiente más tarde veo por fin el cartel que dice “último kilómetro”. Cuando bajo de la Negra junto al cartel que marca el fin del ascenso ignoro que me encuentro 1,440 metros por encima del campamento de esta mañana aunque mis piernas temblorosas me dan una idea bastante buena. Me quito la playera empapada de sudor y me pongo una seca, luego el suéter y luego el impermeable a modo de rompevientos; contemplo el panorama y me lanzo en caída libre rumbo a España.

noviembre 01, 2011

La última cabalgata

En mi mente lo veo con claridad, diez días montando la Negra con la fuerza y las mañas  de estos meses de viaje y cortando ochocientos kilómetros como mantequilla.  Veo un terreno llano separándome de Madrid con algunos relieves en el camino, llámense los Pirineos. Mucha concentración y todo termina en un crescendo de satisfacción, de realización, de la liberación de un objetivo- obsesión de toda la vida. ¿Hará falta aclarar que no fue en lo más mínimo como lo había visualizado?

Toulouse a mis espaldas, martes 18 de Octubre.

Toulouse- Ciadoux: 75.6 km Ver ruta
Una semana de reposo, un cuerpo entumecido, una rodilla renuente. Al salir de Toulouse me encuentro una vez más con el silencio de las carreteras menores que se acentúa conforme van menguando las poblaciones y los bosques toman su lugar. Me doy diez días para estar en Madrid más por el miedo del frío que cada vez se hace más presente que por las ganas de concluir el viaje. No estoy bien equipado para el frío ni la lluvia y lo sé, me hace falta una estufa de campismo para entrar en calor por las noches pero ya es irrelevante conseguir una a estas alturas, necesito enfocarme y todo irá bien. Mi mente sufre cada vez que vuelvo a estar solo pero también se repone más y más rápido. Un breve primer avistamiento de los Pirineos me hace sonreír y digo -míos-. Al final del día llego al objetivo, Ciadoux. Entro a inspeccionar el pueblo, cansado de acampar en lugares de difícil acceso y busco un jardín del que pueda salir pronto y de preferencia con los tenis secos. Al final lo encuentro por casualidad cuando Gilles encantado de practicar su español me ofrece acampar en su casa y cenar con él, con su esposa Joanne y el revoltoso y encantador nieto Andy. -Los protestantes tenemos el hábito de dar gracias antes de cenar- me dice y cuando digo gracias para mis adentros algo afirma que por supuesto tengo mucho de que estar agradecido, con quien sea, con lo que sea. 

Lluvia con rayos (radios) Miércoles 19

Ciadoux- Lannemezan: 43.6 Km  Ver ruta
¿Café? ¿Fruta? ¿Pan? ¿Un sándwich para el camino? ¿Más pan? Si gracias a todo. Un biblia en francés y bendiciones para el camino, en un día con pronóstico de lluvia no rechazo nada (ni cuando brilla el sol). Sandalias en lugar de tenis y con ellas me paro sobre los pedales ¡Au revoir et merci pour tout! Venga la lluvia. Estoy tomando un sorbo de distracción cuando por casualidad pienso en revisar los rayos de la llanta trasera. Mmmm, uno roto. No, dos. Espera… tres, ¡cuatro! Maldicion, ¿Cómo sucedió esto? En un taller mecánico me dicen que hay un taller de bicicletas a treinta y seis kilómetros y el día se oscurece un poco más. Treinta y seis kilómetros y ansiedades más tarde me encuentro esperando afuera del taller y pateando el suelo con las sandalias para dar calor a los dedos helados. Al entrar comienzo a contar la historia de siempre para hacer empatía: tanto tiempo en bicicleta, ya casi termino pero los rayos… ¿Cuánto por cambiarlos? Bueno, me llevo unos y hago el cambio yo mismo. Lo hubiera tenido que hacer bajo una lluvia copiosa de no ser por Didier, un entusiasta del ciclo turismo que había entrado y me escuchaba con atención.  -Vamos por un café- dice - y tengo un garaje donde puedes cambiar los rayos al abrigo de la lluvia-. Didier, descubro pronto, es tan aficionado al ciclo turismo como a hablar del tema. Las palabras llenas de entusiasmo comienzan a enlazarse unas con otras hasta que forman un tren de pensamiento ininterrumpido y yo me pregunto cómo haré para concentrarme y aprender a cambiar esos cuatro, no, cinco rayos rotos. Al final vuelvo a la tienda para que remuevan los  piñones, que obstruyen los orificios por donde se hacen entrar los rayos. Vuelta al taller de Didier y hacerle participar para enfocarnos en la tarea. Va cayendo la noche y la temperatura -Tengo que salir, tengo que salir- Y no salgo. Con enorme amabilidad Didier me ofrece pasar la noche en su casa; no gracias, no gracias… bueno siempre si y muchas gracias. Un baño ardiente y una gran cena me devuelven a la vida.

Oír y desoír consejos. Jueves 20.

Lannemezan- St. Pe de Bigorre: 53.5 km Ver ruta
Cuando abro las cortinas por la mañana veo la helada de la que he escapado. Los picos de los pirineos, ocultos por un manto de lluvia el día anterior, se elevan hoy coronados de nieve y siento una mezcla de espanto y deseo correr hacia ellos. Didier es de la idea de que llevemos la llanta que he reparado al taller y pidamos consejo experto. A pesar de la ansiedad que siento por salir tengo que reconocer que es buena idea. Y lo es. Nuevos ajustes, aceite, ¡buena suerte! Gracias a todos. Salgo cerca del medio día pero los kilómetros se van apilando por fin y lo mejor es que se anuncian por lo menos cuatro días de buen clima y más me vale estar al otro lado de la frontera en ese tiempo. Eventualmente aparece el señalamiento tras una curva: Bagnéres de Bigorre. Ahí es donde y cuando hay que decidir si la vanidad vale el esfuerzo de doblar al sur y medirse (o tratar de hacerlo) con el Tourmalet, el paso mítico y obligatorio del Tour de Francia. Dos minutos de reflexión y digo- nah-. Porque luego hay que trepar otros dos considerables puertos de montaña y describir una gran curva para, después dos o tres días, volver a la carretera que puedo estar pisando en un par de horas si sigo derecho. Paso de largo el santuario de Lourdes: todo lo que podría pedir lo tengo ya.






octubre 17, 2011

Un descanso, última parada

A ver, ¿por dónde comienzo?

Se dice, según Fabricio, que los vientos que soplan en Toulouse y que afectan la zona del Midi pueden hacer que uno se enoje, incluso se vuelva loco y supe que había algo de cierto en ello cuando después de dos días de avanzar contra el viento me puse a patear furioso una piedra en un área de descanso al no poder tomar velocidad en un descenso largamente esperado (y luego me comí un chocolate para el coraje).

El plan era salir con calma de casa de Olivier y Nadia en Aspéres pero los minutos se convirtieron en horas cuando por sugerencia de Olivier revisamos mi bicicleta antes de salir y descubrimos un rayo roto de la llanta trasera por lo que tuvimos que ir al pueblo en busca de un taller de bicis para conseguir uno de repuesto. Ya entrada la tarde y sin muchas ganas de partir nos dijimos adiós en la puerta de su casa y comencé a seguir la ruta que con todo detalle me indicó para ir a Toulouse: un camino bellísimo y , de tener el viento a favor, rápido. Tal vez hice mal pero como no me sentía repuesto del todo aún, contaba con ese viento para llevarme a mi destino antes del fin de semana. Lo que siguió fue varios días con el viento en contra, soplando a ratos en ráfagas de hasta 55km/h lo cual convertía el camino en un largo ascenso pero sin la gloria de poderse parar a contemplar el mundo desde lo alto. Lo cierto es que el paisaje en ese tramo es espectacular, la vegetación baja y nudosa propia del mediterráneo me hacía sentir ya casi de regreso en España y a menudo tenía que recordarme de detenerme y admirar el paisaje, antes de volver a subir a los pedales rechinando los dientes.

Hacía años que tenía la intención de ir a Toulouse y en todo ese tiempo había intercambiado algunos mensajes con Fabricio diciendo que un día iría a visitarlo y por fin había llegado, en la última parada programada antes de iniciar la etapa final hacia Madrid, unos 750 km a través del suroeste de Francia, los Pirineos y Castilla . Aprovechando la ocasión de estar en confianza decidí reposarme unos días antes de salir, no sin la inquietante sensación de hacerlo al precio de perder varios preciosos días de buen clima (¡El invierno se acerca!).
Tras una semana que pasó demasiado rápido, vuelvo mi casa de asfalto. Serán acaso unos diez días de bicicleta antes de la parada definitiva en Madrid, de vuelta al inicio.

octubre 05, 2011

Aspéres


 Ginebra- Alixan: 189 km Ver ruta
Nimes- Asperes 32.6 km Ver ruta


Decidirme a salir de Ginebra fue de lo más difícil. Daniel y Marion –Bueno, si cambias de opinión ya sabes que tienes tu estudio por el tiempo que quieras- y yo pensando – Bueno, y ¿Qué tal si me quedo unos días más y me hago todo el trayecto a Montpelier en tren?- Al final nos despedimos y me equivoqué al doblar la primera esquina. 

 Siguiendo la ruta que Daniel trazó en mi mapa comencé el descenso al sur de Francia, a la vez espoleado por el horror de las lluvias frías en el norte y atraído por la promesa de un otoño tardío. Sabía bien que no llegaría a tiempo a mi próximo destino, la casa de Olivier y Nadia en Aspéres (cerca de Montpelier) pero por lo menos iba a tratar de llegar lo más lejos posible antes de tener que subirme a un tren, lo cual no me agradaba nada porque en tren y con bici las sorpresas, por lo general desagradables, acechan por montones. Fue en Valence donde finalmente me subí al TGV y aunque empaqué la negra y todo según las reglas fui a caer en las garras de Brice, controlador infernal, quien ávido de autoridad fue a descargar sobre mi pobre bolsillo la onerosa pena de 50 euros por llevar una bicicleta en otra cosa que no fuera una funda apropiada. Bueno, mejor ni mencionar las cosas que deseo para él cada vez que recuerdo el incidente.

La llegada a Nimes fue una agradable sorpresa, en poco menos de una hora el clima se había transformado por completo: treinta grados, el cielo despejado, los árboles bajos y nudosos, era como haber sido transportado de vuelta a la costa Dálmata. Un fin de semana en el que Olivier y Nadia junto con sus hijos me hicieron sentir como de la familia y me llevaron a conocer los alrededores con explicación al detalle sobre las características y la historia de la zona pero me sentí aún mas como en casa cuando el domingo por la tarde comenzó a subirme una fiebre que duró intermitentemente hasta el lunes  al mediodía.
Es martes al momento de escribir esto y las alforjas aguardan bajo las escaleras. Después de pasar dos días durmiendo mis fuerzas han vuelto casi por completo pero debo salir hoy, de lo contrario va a ser difícil estar en Toulouse para el viernes, donde me encontraré con Fabricio. Prometido, hoy lo tomaré con calma.
Olivier y Nadia ¡mil gracias por haber cuidado tanto de mí!



septiembre 27, 2011

El gran descanso


Llegar a Ginebra supuso un gran respiro. El boleto de tren hizo que me dieran cólicos en la cartera pero, después de pagar, el resto del viaje fue suave y sin imprevistos; poner a La Negra en el tren, lo más sencillo del mundo. 

 Habiendo recobrado el poder del idioma, me hice de un mapa con rutas de bicicleta platicando con unos simpáticos ciclistas cuyas amables indicaciones no seguí,  lo cual me valió la agradable escolta de Jean-Marc de unos cincuenta años justo hasta la puerta de Daniel y Marion en las afueras de Ginebra.
Siguió un fin de semana largo y reparador. Durante esos días los chicos (que hace meses en Zagreb, junto con Sinisa me hicieron beneficiario de sus consejos para el camino) se encargaron de reabastecer mis reservas para el viaje mediante una intensa terapia de carbohidratos, de fondue y vino; de largas pláticas y caminatas.  Los días pasan y se hace difícil dejar este Rivendel suizo. 

Mañana, al calarme de nuevo mi piel de ciclista furtivo, saldré rumbo de Nimes armado con los buenos recuerdos de los últimos días.

septiembre 26, 2011

De lluvia, nieve y sol

Friedrichshafen- Berna: Aprox. 289 km Ver ruta

El recuerdo del sol de hacía unas semanas, implacable, abrumador, parecía más un sueño que un recuerdo. Mientras sostenía tembloroso la tapa del termo y el contenido se enfriaba con rapidez pensaba en las horas que me había visto forzado a pasar al abrigo de una sombra, cualquier sombra, para evitarme más quemaduras en la piel… qué lejano e irreal ahora. 

Rumbo a Suiza

Dejé Friedrichshafen cerca de las 9:00 am y anduve unos 15 kilómetros para abordar el Ferry que en 15 minutos de travesía me ahorraba un día de camino y ahí comenzaron los desatinos. Pensando que el ferry daba la vuelta hasta la ciudad de Konstanz permanecí a bordo, sólo para enterarme que volvía al punto de inicio. Cuarenta y cinco minutos después de abordar me bajaba del otro lado, constatando con ansiedad que la temperatura disminuía. Media hora más tarde el segundo desatino. La pereza de rodear un puente y abordarlo por la rampa me llevó a intentar subir la bicicleta por las escaleras, utilizando uno de los rieles que se instalan para el efecto. Sería por la inclinación o el peso o falta de fuerza que fue necesaria la anónima ayuda de alguien que pasaba para empujar a la negra hasta la parte superior. En el esfuerzo la llanta trasera se había torcido tanto que dos rayos se habían reventado y descarté inmediatamente la posibilidad de continuar hasta Ginebra así. Hallé un taller sin mucha dificultad y la providencial ayuda de un experto que en 20 minutos reparó la llanta y cambió los rayos. Su buena acción del día, me cobró solamente 2 euros por el costo de los rayos. Al medio día franqueaba la frontera con Suiza.

 Todas las expectativas, satisfechas

Y comenzó a llover. Lluvia fría, viento frío, tenis empapados, short empapado. Pedalear hora tras hora para conservar el calor y no parar hasta que fuera imprescindible. Temblar durante la hora de la comida y continuar el camino con las manos y la cara rígidas, espoleado por la proximidad de la noche.  Perder el camino, vueltas y vueltas a la manzana y dejar la ciudad de Winterthur atrás, lo más lejos posible, buscando la protección del bosque para pasar la noche. Finalmente hallar un rincón perfecto aunque húmedo para pasar la noche y desplomarme aliviado dentro de mi hogar plegable, exhausto física y moralmente. Nuevo día. Lluvia, viento, continuar.

Como una caricia me tocó el primer rayo de sol ya bien entrada la tarde, asomándose tímidamente entre las nubes para luego ocultarse como un niño que juega a las escondidas.
Cuando salí de mi refugio al día siguiente me encontré envuelto en una suave manta de neblina. Las calles con sus fuentes, los escasos transeúntes, el bosque, todos  transportados a un mundo místico que revelaba sus secretos metro a metro, con el silencioso avance de La Negra. Las diminutas gotas de rocío se depositaban y formaban cúmulos sobre los pliegues de mi chamarra y mis pestañas. 

Consideré muchas veces en esos días abandonar el viaje: tomar un tren y volver directamente a Madrid. Otras veces, sin embargo, no quería sino seguir hasta el final. Cuando la noche me encontró sentado en una banca, leyendo mis razones para volver y a la vuelta de la página mis razones para seguir se hizo evidente que forzar la marcha día tras día no era la mejor manera de terminar el viaje. En la prisa había olvidado mi propósito y al desdeñar un momento de reflexión, se habían instalado en mi mente toda clase de necesidades fútiles y pensamientos de auto conmiseración. Terminaría el viaje a su tiempo pero no así, no cansado, molesto y aliviado de volver al confort.  Con un sentimiento de liberación tuve que admitir que era insuficiente el tiempo para llegar en bicicleta a Ginebra y reunirme antes del fin de semana con Daniel y Marión pero suficiente para llegar a la ciudad de Berna con tranquilidad y buscarme un tren que me ayudara a concluir la etapa en tiempo. Y salió el sol.

septiembre 18, 2011

Despierta, Agustin, despierta.

Stuttgart- Friedrichshafen: aprox. 142 km Ver ruta

Un  murmullo lejano me despertó por la mañana, era el suave rumor de la lluvia y el viento al otro lado de la ventana. A la sensación de bienestar inicial se le sumó pronto otra  de alarma: el pronóstico prometía otra jornada húmeda y gris para mañana, el día de mí partida hacia Ginebra.

Salida de Stuttgart rumbo de Friedrichshafen

La novia de Andre , Lisa, me persuadió de buscar un tren para salir de Stuttgart y evitar el tráfico matinal y nada más atinado porque a las diez y media estaba fuera de la ciudad, fresco y listo para el camino. Con el pretexto de amanecer un año más viejo esa mañana resolví tomarme el día con calma y no hacer caso omiso de los antojos que a menudo me asaltan sobre la bicicleta. Tal vez por lo mismo al final del día había ido mucho más lejos de lo planeado y llevado por el deseo de continuar me encontré al caer el sol buscando con urgencia un lugar para acampar. Viendo lo que había avanzado me pareció posible llegar en dos días en lugar de tres a Friedrichshafen y el día siguiente intenté mantener el paso hasta que por la tarde me encontré al pié del cartel que señala la entrada a la ciudad. Al llegar Nicole, otra compañera del voluntariado de hace 7-8 años, me hizo inmediatamente responsable de la decisión de comprar o no una mesa para el comedor del departamento que comparte con otros dos estudiantes así que después de revisar la mesa ¡vino el desmontaje y el transporte! Más tarde por la noche, Ian y Nicole me llevaron a sumergirme primero en las gélidas aguas del  Bodensee y luego, a unos pocos pasos, en el cálido ambiente estudiantil de las noches de bar que organiza la universidad todos los jueves. Al día siguiente salí a pasear con Pascal, su compañero de piso, y sus amigos que habían venido a pasar una noche a Friedrichshafen para visitarle. La ciudad natal del Zeppelin, dice Pascal, al haber sido devastada durante la segunda guerra mundial y reconstruida en época de gran escasez material, no da muestra de su actual potencia económica producto de la ingeniería especializada que fabrica, entre otras cosas, motores de avión, de autos deportivos y tanques de guerra.  Pasamos una tarde agradable aprovechando el buen clima que notablemente duró hasta ayer por la noche y que nos concedió otra zambullida en el lago, esta vez más agradable, a la vista de las puntiagudas cimas de los Alpes que se elevan a la distancia, bordeando lo que será mi camino a Ginebra.

Esta vez la cena mexicana se aproximó un poco más al sabor que de hecho debería tener. Una cena de tacos para nueve personas coronada de éxito gracias a un kilo de tortillas importadas y una maceta de cilantro comprada en el supermercado ¡ah! y un six de coronas que esta vez bajaron por mi garganta mejor que de costumbre. 

¿Hoy? En vista de los cinco litros por metro cuadrado que están cayendo al otro lado de la ventana, será un día tranquilo con probabilidad del 90% de sopa de tortilla con la salsa de ayer.

septiembre 13, 2011

De Mühlacker a Stuttgart

Mühlacker - Tamm: Aprox 40km. Ver ruta


Pues al cabo de meses de comer de todo y tomar agua en todas partes por fin me enfermé del estómago. Por suerte no fue nada dramático pero es alarmante cuando se depende de la fuerza propia para mantenerse en movimiento. 
          
Al regresar del parque y antes de ir a las fiestas locales, tuve tiempo de revisar algunas rutas de bicicleta en internet y darle un poco de mantenimiento a la Negra. La noche fue estupenda, comimos unos döner kebab y luego fuimos a un concierto de Rock en una de las muchas carpas que se montaron en el banco de río Entz para el festival  aunque tuvimos que volver temprano a casa, obligados por mi malestar estomacal. 

Al día siguiente pensé que podría hacer el viaje en bicicleta a Stuttgart, así que después de despedirme de los Kruger y esperando volverlos a ver, salí acompañado por Ian quien me mostró el camino de inicio. Anduve lentamente durante varias horas, tomando numerosos descansos pero al cabo  de un largo día y aún lejos de la ciudad tuve que reconocer que estaba agotado y tomé un tren que me trajo cerca de casa de Andre. Por suerte el sistema de trenes en Alemania cuenta con ascensores donde pude entrar con la bicicleta por que esta vez hubiera sido incapaz de subirla por las escaleras.

He pasado ya dos dias en casa de André, en Stuttgart. Dos maravillosos días de mucho y muy necesario reposo para recuperarme de lo que sea que me haya caido mal al estómago y recobrar las fuerzas para volver al camino. Saldré mañana con pronóstico de buen clima por tres días, justo los que necesito para llegar a mi próximo destino: Konstanz, Bodensee.

septiembre 10, 2011

Alemania


Sterpenich- Mühlacker: 365 km (aproximación) Ver ruta

Justo cuando comienza uno a hincharse de autosatisfacción, el camino tiene algo preparado para desinflar el ego. Creía que tenía mi ruta armada y que no necesitaba más que un mapa de carretera para atravesar Alemania pero... Para empezar, hay una red impresionante de vías para hacer ciclismo y no creo equivocarme (o no por mucho en cualquier caso) si digo que sería posible atravesar el país sin compartir el asfalto con automóvil alguno pero que éstas son extremadamente escénicas y te llevan a conocer cada rincón agradable de la región y por lo tanto dan GRANDES rodeos. Por otra parte si te has acostumbrado a seguir la línea amarilla que indica carretera secundaria –usualmente de poco tráfico- y a veces la primaria – más tráfico pero factible- aquí muchas veces no es una opción agradable por la cantidad de autos que circulan y la velocidad a la que lo hacen. Ayer por ejemplo, estuve por lo menos 15 minutos mirando la carretera “secundaria” mientras llovía y terminé por decime a mi mismo –bah, me voy por la ciclo pista, pago el esfuerzo de hacer tres kilómetros extra y me ahorro el susto.

Días largos e intensos de bicicleta bajo la lluvia, media hora para comer y seguir hasta que la luz del día lo permite. Usualmente encontrar un rincón en el bosque, plantar casa de campaña y cenar algo adentro, leer, dormir, comenzar de nuevo. Sentir aprehensión al conocer un nuevo territorio y tratar de mantener la mente libre de expectativas que impidan ver las oportunidades que se presentan. Recolectar frutas y vocabulario en el camino, tratar de sacarle el máximo provecho posible al tiempo, la energía y por supuesto a los euros.

Finalmente ayer me encontré a medio día de camino de Stuttgart, después de nueve días de continuo pedalear. Tuve que resignarme al ver que el sol caía y que la ciudad no se veía más cerca con cada hora que pasaba. Ahora bien, quiso mi buena fortuna que me encontrara con Tom y su hijo en una encrucijada bajo las últimas luces del día y las últimas 36 horas con su familia han sido geniales. Pláticas sobre costumbres alemanas, computadoras, sistemas, aplicaciones, bueno… las fotos hablarán mejor al respecto. ¡Esta noche, las fiestas del pueblo, un mercado y bandas en vivo!

El plan es continuar a Stuttgart y visitar a Andre, un amigo de hace años cuando era voluntario en Francia.

septiembre 05, 2011

Au revoir, Bélgica

Ciney - Spontin:  9.4 km Ver ruta
Spontin- Sterpenich: 116 km ¡Record! Ver ruta



La noche de mi última entrada tuve algunas dificultades para encontrar donde acampar. Es curioso pero aunque Bélgica no parece superpoblada, da la impresión de que todo es propiedad privada. También diría que aunque la gente con que me crucé en el camino fue toda realmente amable, no creo que la hospitalidad esté muy arraigada en la cultura del país. En fin, anoche acampé en un enorme terreno en desuso y conversé durante un buen rato con una señora que paseaba a sus perros. Antes de irse preguntó si necesitaba algo y si, desesperadamente agua y mucha por favor.

Ayer…

No creo haber estado antes  tan cerca de renunciar al viaje. Seguro, mucho depende de la concentración propia pero tampoco pude contar con ella durante las primeras horas del día. Salí del bosque donde había acampado. Había llovido toda la noche pero aún estaba relativamente seco. Cuando llegué al camino y noté que mi llanta trasera estaba baja se desató la lluvia nuevamente y no paró hasta algunas horas después del medio día. Los frenos de la Negra se convirtieron (o terminaron de convertirse) en pulpa con el agua así que, ese domingo lluvioso, tuve que pasarlo casi sin frenos. Así, empapado por la lluvia y el sudor, avancé luchando con el camino por cada metro. Tras intentar sin éxito re-enfocarme por varios medios se me ocurrió que el  estado de ánimo también depende de la química del organismo y, para comprobar ese corolario, me detuve en un tianguis de cosas de segunda mano que hallé junto a la carretera y me zampé una hamburguesa con papas y un café. ¡Realmente funcionó! Después de comer y tener una breve charla con un una pareja mayor que se sentó junto a mí, volví a la Nacional 4 cambiado y pudiendo pensar en términos como –“desplazarme bajo la ominosa mirada de Tláloc- en lugar de –“pinche lluvia de mierda, etc.”- Ahí comenzó a mejorar todo. A partir de entonces comencé a pedalear casi con rabia.

En fin  cuando volvió la amable señora al lugar donde acampé anoche, lo hizo con una botella de cuatro litros de agua con la que por supuesto me bañé y dormí un sueño profundo.

Luxemburgo

Escribo esto desde un centro comercial a 5 km de Luxemburgo donde compré algo de comida y los indispensables frenos que acabo de instalar y que hacen que me vuelva el color a la cara. Después de meses no poderme comunicar satisfactoriamente, esos últimos días han sido un gusto porque, aunque mi francés está lejos de ser perfecto ¡por lo menos ya sé que responde la gente cuando pregunto algo! No por mucho tiempo  por que espero entrar hoy en Alemania aunque dicen que la mayoría de la gente habla inglés así que bueno, veremos. Próximo destino Stuttgart, a unos 312 km de aquí.


septiembre 03, 2011

De Turquia a Bélgica y el camino a Alemania.

Distancia: 124 km Ver ruta

Dejé el pasto inmaculado del camping municipal de por la tarde rumbo a Beyshehir. Encontré las primeras pendientes justo a orillas de la ciudad y comencé el ascenso que duró alrededor de dos horas hasta que encontré un lugar ideal para acampar con vista a una presa. Al día siguiente, en vista de las escasas poblaciones en el camino me fui aprovisionando con bastante anticipación a la hora de la comida. En cierto momento me acerqué al pórtico de una casa donde encontré la única persona a la vista y pregunté si había una panadería en el pueblo. Después de pedirme esperar un momento, el hombre entró en su casa y salió con una gran pieza de pan, la cual inmediatamente me sirvió acompañándola con jitomates, pepinos y chiles de su jardín. Ahmet estaba ayunando por cuenta del ramadán por lo que no me acompañó  en la merienda que devoré con apetito. Antes de partir me dio el tour la casa: un sembradío de trigo a la izquierda, un huerto a la derecha con toda clase de frutas y verduras. En las bodegas, dos cuartos con trigo hasta el nivel de la cintura. En un primer piso, costales de harina de trigo de su propia cosecha. Salí con el estómago lleno y con una invitación para volver al mi regreso de 

Beyshehir.

Al llegar a mi destino supe que no iba a ser fácil acampar junto a aquel lago y mucho menos meterse a nadar ya que está rodeado de un denso muro de vegetación. Una lástima, el agua turquesa a lo lejos realmente invitaba a meterse. Después de bordearlo durante seis kilómetros me di por vencido y volví a un camping que cuando menos prometía regadera.

De regreso hacia Konya el día siguiente tuve que afrontar los vientos que el día anterior me propulsaran. Al caer la tarde llegué a casa de Ahmet donde no bien hube terminado de poner la casa de campaña cuando me apuraron para entrar en la casa: había llegado a tiempo para tomar el iftar con él y con su esposa. Mucho del sazón turco me recuerda de los guisos mexicanos. Esa noche fue cena de lujo con pan hecho en casa, pide (que es una especie de pizza turca pero con el pan más delgado y que se enrolla como un taco enorme) y  chiles asados. Más tarde llegaron las visitas, el hijo segundo de Ahmet con su familia. Estuvimos conversando un poco y yo libreta en mano apuntaba todas las palabras que pacientemente  me enseñaban,  ilustraban y rectificaban su significado a base de gestos. Al final de la noche se negaron a que pasara la noche en mi casa de campaña y me ofrecieron el gran lujo de uno de sus cuartos, cubierto de alfombras y sin más muebles que un armario y una estufa de leña para el invierno.
A la mañana siguiente estuve listo para partir pero no tan rápido, ¡primero desayunas y luego te vas! Unos huevos con chorizo me recordaron de cuantas ganas tenía ya de un desayuno casero; frutas, té, una bendición y vuelta al camino contento y saboreando todavía el desayuno y los recuerdos. La vuelta a Konya pasó sin más novedad que las ocasionales ráfagas de viento y el constante sonido del claxon de los coches que ya me saludaban, ya me daban ánimos o se exasperaban con mi presencia en el camino. 

Tomé mi lunch en un puesto de policía de ensueño, con una impresionante vista a la presa que fuera mi alojamiento algunas noches atrás. Una vez más encontré el pasto inmaculado del camping municipal de la ciudad como lo dejé salvo que esta vez encontré dos colegas ciclo turistas franceses que recién llegaban. En la charla de esa noche y de la mañana siguiente me enteré de cómo habían pasado ya seis meses en el camino, de cómo habían encontrado una ucrania difícil y poco hospitalaria y habían decidido dar vuelta en redondo; de la enorme hospitalidad de la gente en Rumania y del choque intercultural en Turquía, con sus llamados a la oración, el ayuno, su actitud hacia las mujeres, etc. El día siguiente fue largo y tranquilo: compras, paseo por la ciudad, sudores fríos en el andén del tren que me prometieron hostil a las bicicletas y abordaje sin mayor problema que el acomodo de la negra donde no obstruyera el paso de la gente entre vagones, para lo cual recibí la generosa ayuda de un turco tan grande de tamaño como su empatía de ciclista. En el tren me despertaron los deliciosos aromas del suhur (el desayuno de ramadán a las tres de la mañana) que tuve que ignorar para volver a dormir.

El tren me dejó a dos cuadras de casa de Kerem, quien me recibió todavía soñoliento en la entrada del edificio y me avisó de una pareja de franceses que estaban pasando unos días en su casa. Ese par de días en Estambul fueron días de descanso y de lavandería, de paseos y de enchiladas con una especie de tortilla de harina enorme llamada yufka.

¡Güle güle Turquía! Regresando a Bruselas

Un vuelo que normalmente duraría tres horas se convirtió en un viaje de todo un día: tomar ferry, pedalear al aeropuerto, pasar el primer control de seguridad, desarmar bicicleta, hacer cola para documentar, control de pasaportes, retraso de dos horas del vuelo, llegar a Bruselas completamente desorientado, buscar mapa, pedir direcciones. 

Hoy, unos días más tarde salí de casa de Andy y Lisa en Gent de vuelta a Bruselas para ponerme en la ruta de Alemania. Hice un intento de salir de Bélgica sin mapa que duró exactamente una hora durante la cual tracé un grande pero preciso círculo desde y hasta la Gare du Midi. Viendo que no iba a ser tan fácil el asunto he regresado al centro a buscar una tienda que tiene mapas y que abre hasta las once de la mañana así que a esperar y a escribir.

Al día siguiente…

A las once estaba en la puerta justo en el momento en que se abrían las puertas, pedí direcciones y ¡vámonos! Para salir de Bruselas seguí el canal que atraviesa la ciudad y que pasa a unas pocas cuadras de la Bourse. Aunque por lo general no me gusta el momento de salir de las capitales, esta vez fue bastante mas sencillo. Cosa rara, al haberme acostumbrado a la gente de Turquía, en Bélgica me pareció encontrar una gran indiferencia, incluso frialdad. Luego al comenzar a pedir información y conversar con la gente me di cuenta de que en realidad la mayor parte de la gente es muy amable y responde exactamente lo que se le pregunta, no más no menos y cuando uno pide algo es exactamente lo que recibe. Bueno, también el hecho de que se vean ciclistas hasta en la sopa contribuye mucho despojarle a uno del título de “atracción del momento”.
La ruta más o menos será Luxemburgo, Stuttgart, Lake Constance (Bodensee)- Ginebra- Toulouse- Bilbao- Madrid. ¡Ufff! Suena mucho más abrumador que el sencillo pedalear de cada día, cada momento. 

Fotos...? 
Bueno, de momento me disculparán pero la conexión de internet que agarré en este parque es de por si ya gran lujo pero no se le puede pedir mucho ¡En cuanto tenga la primera oportunidad las descargo todas de golpe!