noviembre 04, 2011

La última cabalgata III


No estoy acostumbrado a dormir en camping formal. Hay demasiada gente, demasiado ruido y me incomoda la idea de perder el anonimato, de plantar la  tienda de campaña ahí nada más, a la vista de todos. Pero una cena caliente y un baño aún más caliente surten su efecto y mi cuerpo se relaja dentro de la bolsa de dormir aunque afuera la temperatura continúa descendiendo. Ya estoy en España, ya he brincado el muro que me separaba de mi último destino, ya estoy entre esa gente a cuyo acento diferente del mío le he tomado afecto. Ahora sólo tengo que dejarme caer, dejar que los Pirineos me escupan fuera de sus alturas como si fuera una pepita hacia el calor de las tierras del sur, no más frío ni lluvias ni días enteros ascendiendo, todo será sencillo de ahora en adelante. ¿O no?

España día uno, un guante de seda. Domingo 23 de Octubre.

Isaba- Aldunate: 68.6 km Ver ruta
Las llantas zumban al deslizarme entre los valles flanqueados por altos muros de roca. Es domingo y el mundo parece dormir, pronto se desvanecen mis esperanzas de encontrar un taller abierto donde desmontar los piñones para remplazar el rayo roto. Toda la belleza que me deslumbra al doblar curva tras curva no basta para convencerme de pasar una noche más en las alturas y apoyo fuerte en los pedales toda vez que la velocidad disminuye. Converso con unos ciclistas que me sugieren que siga un tramo del Camino de Santiago de Compostela, el camino que en un principio tuve la intención de seguir hasta el final, para hallar refugio y comida económicos. Les agradezco sus sugerencias pero sé que no me gusta modificar mis planes por comodidad, si algún refugio queda en mi ruta bien pero si no, pasaré de largo y acamparé donde la noche me obligue a hacerlo. Un día hermoso: soleado y cálido. Avanzo bien y rápido aunque percibo la fatiga del día anterior y me prometo tomarlo con calma. Pronto dejo atrás los Pirineos y entro en la Nacional 240 que me lleva a lo largo del Embalse de Yesa, en dirección de Pamplona. Es una ruta sencilla y durante todo el día sólo tengo que seguir dos largas carreteras nacionales de circulación moderada hasta que de pronto aparece una autopista que según mi mapa no debería estar ahí, a la altura de Lumbier. Lo bueno es que después de algunos confusos  minutos buscando una ruta alterna encuentro una carretera secundaria en perfectas condiciones y desierta por completo. Cerca de las seis paso junto a un área de descanso como una enorme terraza con vista al valle y decido no ir más lejos ese día. Ceno algo viendo los autos pasar a lo lejos en la autopista y me pregunto qué me deparará el día de mañana, para el cual se ha pronosticado lluvia. Esta noche duermo sin frío a pesar de que los vientos azotan la tienda como si quisieran arrancarla de suelo.

España día dos, un puño de hierro. Lunes 24 de Octubre.

Aldunate- Puente la Reina: 48.4 km Ver ruta
Intento plegar la casa de campaña pero el viento es fuerte y sopla confuso desde todas las direcciones. El cielo despejado por la mañana ahora está cubierto por un pesado manto de nubes negras. Las gotas de agua caen tímidamente al principio y copiosamente después de algunos minutos. Envuelvo el equipaje en la manta de supervivencia que por ser plateada se ve bien desde lejos. Desayuno frugalmente cruzado de piernas bajo un árbol que protege a medias de la lluvia y me preparo mentalmente para mantener la moral alta pase lo que pase. Las primeras horas no van nada mal de hecho, el viento sopla a mi espalda y el esfuerzo que tengo que hacer es mínimo aunque con la velocidad la llanta hace saltar chorros de agua que el guardafangos no alcanza a contener y pronto mis tenis están tan mojados como si los hubiera sumergido. Comienzo a perder la calma cuando compruebo que el agua se filtra en mis alforjas a pesar de la cubierta impermeable y el frío me hace temblar cuando me detengo a reacomodar las cosas. La clave es mantenerse pedaleando para conservar el calor así que continúo tan rápido como puedo y pronto voy a toda velocidad. Aguarda, no siento el viento en el rostro ¿Por qué? Miro las briznas de hierba junto a la carretera y todas se inclinan hacia adelante. Me está llevando el viento. Me sale una sonrisa que más tarde se convierte en un ceño fruncido cuando dejo de pedalear y no pierdo velocidad.  Pronto el viento se convierte en algo más, en unas manos que me dan empujones en la espalda, en las alforjas y sé que algo no anda bien. Salgo de una curva, hacia una extensión llana de sembradíos y el viento que antes me propulsara comienza a embestirme de lado. Logro resistir los primeros embates compensando mi peso sobre la Negra pero entonces uno de ellos hace desaparecer el asfalto bajo mis llantas y me lanza hacia la arcilla que mis manos brincan para mantener separada de mi rostro. Un intento más de montar la bicicleta y abandono la idea: hay momentos en que aún estando apoyado firmemente en el suelo y sosteniéndola por el manubrio el viento la hace derrapar lateralmente.  Por fortuna hay poco tráfico pero el que hay son todos grandes camiones de carga y no hay acotamiento. Considero mis opciones pero solo hay una: avanzar centímetro a centímetro y salir de ahí, buscar un refugio. El viento ruge furiosamente en mis oídos y nunca he experimentado un vendaval semejante. Dos y tres veces me arrebata la bicicleta de las manos, que va a parar al lodo junto al camino, arranca el mapa y lo hace desaparecer en el aire, la manta de supervivencia que cubre mi equipaje latiguea mientras intento asegurarla para que no vuele también.  Paso algunos minutos aferrado a un señalamiento para poder mantenerme en pie cuando un tráiler se estaciona atrás de mi ¿ayuda? No, dobla y entra en un descanso con el pesado toldo de lona desprendido y agitándose como una hoja de papel.  “TIEBAS 1 km” No, imposible caminar un kilómetro así y menos de subida. Adelante hay una desviación donde desciende la carretera y cruzo los dedos por que haya algo allá abajo. Me lleva más de media hora avanzar doscientos metros pero al fin me topo con la Nacional 601 y al otro lado veo una cafetería para camioneros. Entro ensopado, temblando y exhausto. La dueña refunfuña sobre el mal tiempo y cierra con llave para que el viento no abra la puerta, deja de secar el piso cuando le pido un café bien caliente y algo para comer. Las noticias dicen algo sobre una alerta por vientos de hasta cien kilómetros por hora y yo me pregunto ¿Cómo voy a hacer para salir de aquí? Hora y media más tarde he repasado y agotado todas las posibilidades hasta que queda una, avanzar palmo a palmo en busca de un refugio para peregrinos y aguardar al día siguiente. El viento sigue aullando cuando vuelvo a la carretera pero con menos intensidad. Me hago el ánimo y vuelvo a subir a la bicicleta. El camino y la casualidad me llevan a Puente la Reina, justo a las puertas de un refugio. 

Conciliación

El baño y la ropa seca llegan un poco demasiado tarde, tengo el pecho congestionado y la garganta ardorosa. También tengo mucha hambre y la única tienda que hay abre hasta las cinco. Salgo a dar un paseo, aprovechando que por el momento no llueve. Al regresar de hacer compras veo tres ciclistas frente al refugio cepillando sendas bicicletas de montaña cubiertas de lodo. –Hola ¿Herramientas para remover piñones? No, bueno, gracias y suerte- Me preparo en la cocina un gran plato de papas, polenta, tomates, queso y  tocino mientras que el refugio cobra vida a medida que llegan los peregrinos a pie. No sé cómo pero pronto me encuentro conviviendo con unos, luego con otros y al cabo de unas horas tengo ropa secando con los ciclistas y me veo invitado a cenar espagueti por Santiago, Anastasia y otros cuyo nombre no recuerdo de cinco o seis países diferentes. Admito para el grupo que es una experiencia novedosa llegar a un lugar así y encontrarme de pronto en el seno de un ambiente tan cálido y familiar. Eso, me dicen, es porque estoy en el Camino de Santiago y todos lo comenzaron como desconocidos.