noviembre 03, 2011

La última cabalgata II


Despierto con frío en una pierna y veo que la tengo fuera del aislante, me acomodo y sigo durmiendo. Despierto y tengo frío en los brazos, que raro, vuelvo a dormir. Despierto y tengo la cabeza helada, me pongo el gorro y a dormir. Despierto. Esto es demasiado. Remuevo el contenido de las alforjas y saco la manta de supervivencia: una pesadilla de plástico crujiente que es como cubrirse con papel aluminio pero entro en calor de inmediato cuando la pongo sobre mi saco de dormir y duermo nuevamente. Sueño que el río junto al que acampo ha desbordado su cauce y la casa de campaña se encuentra bajo el agua, y no ha colapsado gracias a una gran burbuja de aire precariamente atrapada por la tela de la casa. Despierto y la bolsa de dormir está empapada por la condensación que la manta de supervivencia no deja transpirar... Cuando al fin comienza a amanecer salgo y entiendo: hay una costra de hielo sobre la tienda de campaña y la hierba congelada cruje bajo mis pies. Cuando logro desarmar la casa y cruzar los diez metros de hierba hasta la carretera mis tenis, mis calcetines y mis pies están mojados, los dedos de las manos tienen un rojo encendido y arden de frío. La solución es subir cuanto antes a la bicicleta y entrar en calor pero el viento no coopera. Pasan dos horas antes de que las manos y los pies dejen de doler. Luego todo mejora.

Buscando la puerta. Viernes 21


St. Pe de Bigorre- Arette: 58.4 km Ver ruta
En el camino se me ocurre que si no he ascendido al Tourmalet, entonces cruzaré la frontera por el Pico de Orhy, unos cien metros menos impresionante pero aún así todo una empresa con treinta y cinco kilos de equipaje a cuestas. Siguiendo el consejo de Olivier, la idea es pasar la noche en la base de la montaña y comenzar el ascenso temprano al día siguiente, llegar al puerto por la tarde y descender para evitar el frío de la noche en lo alto. Más tarde me doy cuenta de que no llegaré a tiempo para dormir en la base del Pico así que cambio la ruta y me dirijo a un paso más cercano: Pierre St. Martin. Es un día silencioso entre caminos poco transitados donde las hojas danzan y se arremolinan al son del viento otoñal, único sonido que turba la calma de los bosques vestidos de rojo amarillo y verde. Durante la pausa de la comida extiendo al sol la casa de campaña y observo el toldo gotear mientras corto el relleno de mi baguette.

Arette, antesala a la salida de Francia y de entrada en España. Sólo veinticinco kilómetros más y llegaré al décimo y último país de mi recorrido. Francia siempre ha cuidado bien de mí y ha sido un deleite de cruzar en bicicleta, estoy agradecido y le guardo cariño pero necesito hacerme al sur y pronto. Esa noche no repito el error y acampo bajo unos árboles para resguardarme del rocío y entro completamente vestido en la bolsa de dormir, doble calcetín y todo, una operación aparatosa pero que me asegura de no pasar frío otra vez. Después de un rato me encuentro apretado e incómodo pero calientito y listo para dormir. ¡Oh no! Ganas de ir al baño.

¿Qué tan difícil puede ser? Sábado 22.


Arette- Izaba: 52.3 km Ver ruta
Un gran desayuno para un gran día: torta de camembert con jamón, cereales con frutas secas, una naranja y chocolate, todo a la luz de la linterna dentro de la tienda de campaña. Desde la salida de Toulouse el terreno comienza a inclinarse, imperceptible pero constantemente. Al paso de los días la inclinación se hace más y más pronunciada de manera que el sonido de mi respiración, en un principio apenas audible se convierte en un perpetuo resoplido y el corazón me golpea el pecho más rápido y más fuerte con cada día que pasa hasta que hoy llega al culmen. La táctica es sencilla, empezar suave y despacio para entrar en calor, cuidando mucho la rodilla derecha que sigue doliendo pero no hay opción más que hacerla trabajar. Luego, conforme se acentúe la pendiente, hacer paradas cada cien metros o al llegar a cada curva o simplemente cada vez que encuentre un lugar apto. El mapa marca una pendiente del 9% pero los señalamientos para ciclistas muestran en ocasiones pendientes de hasta el 15%. Comienza el ascenso. Descanso en la cuarta o quinta curva cuando escucho un claxon y el conductor agita el puño con una sonrisa que dice – ¡ánimo!-. Hora tras hora me digo que debe faltar poco, que subo una curva más, que llego al arbusto y descanso, que llego a ese acotamiento y como un bocadillo, que otra curva más. Los pensamientos van guardando silencio y al parar escucho sólo el viento y el corazón que retumba en la garganta y las sienes. El valle es estrecho, por lo que no puedo ver lo que he ascendido hasta mucho más tarde, aunque el sol me da una referencia a medida que lo alcanzo ya que durante las primeras horas avanzo a la sombra de las montañas, dejando a mi paso una estela de vapor con cada resuello. Lo que veo al salir de una curva me deja impávido al principio y luego me conmueve al punto de hacerme apretar la boca. Muy lejos allá abajo y casi pérdida en la bruma se encuentra la vasta extensión de bosques que vengo atravesando desde hace días. Las hojas que aún no han caído de los árboles revolotean por millares y cantan como el furioso torrente de un río. Seguir y seguir. Sigo ascendiendo y al pasar de las horas se hace difícil mantener a raya los pensamientos que dicen –no puedo más- y que se agolpan en mi mente como para tomarla por asalto. Ocho horas, veintidós kilómetros, un rayo roto y un pedal crujiente más tarde veo por fin el cartel que dice “último kilómetro”. Cuando bajo de la Negra junto al cartel que marca el fin del ascenso ignoro que me encuentro 1,440 metros por encima del campamento de esta mañana aunque mis piernas temblorosas me dan una idea bastante buena. Me quito la playera empapada de sudor y me pongo una seca, luego el suéter y luego el impermeable a modo de rompevientos; contemplo el panorama y me lanzo en caída libre rumbo a España.