septiembre 27, 2011

El gran descanso


Llegar a Ginebra supuso un gran respiro. El boleto de tren hizo que me dieran cólicos en la cartera pero, después de pagar, el resto del viaje fue suave y sin imprevistos; poner a La Negra en el tren, lo más sencillo del mundo. 

 Habiendo recobrado el poder del idioma, me hice de un mapa con rutas de bicicleta platicando con unos simpáticos ciclistas cuyas amables indicaciones no seguí,  lo cual me valió la agradable escolta de Jean-Marc de unos cincuenta años justo hasta la puerta de Daniel y Marion en las afueras de Ginebra.
Siguió un fin de semana largo y reparador. Durante esos días los chicos (que hace meses en Zagreb, junto con Sinisa me hicieron beneficiario de sus consejos para el camino) se encargaron de reabastecer mis reservas para el viaje mediante una intensa terapia de carbohidratos, de fondue y vino; de largas pláticas y caminatas.  Los días pasan y se hace difícil dejar este Rivendel suizo. 

Mañana, al calarme de nuevo mi piel de ciclista furtivo, saldré rumbo de Nimes armado con los buenos recuerdos de los últimos días.