septiembre 27, 2011

El gran descanso


Llegar a Ginebra supuso un gran respiro. El boleto de tren hizo que me dieran cólicos en la cartera pero, después de pagar, el resto del viaje fue suave y sin imprevistos; poner a La Negra en el tren, lo más sencillo del mundo. 

 Habiendo recobrado el poder del idioma, me hice de un mapa con rutas de bicicleta platicando con unos simpáticos ciclistas cuyas amables indicaciones no seguí,  lo cual me valió la agradable escolta de Jean-Marc de unos cincuenta años justo hasta la puerta de Daniel y Marion en las afueras de Ginebra.
Siguió un fin de semana largo y reparador. Durante esos días los chicos (que hace meses en Zagreb, junto con Sinisa me hicieron beneficiario de sus consejos para el camino) se encargaron de reabastecer mis reservas para el viaje mediante una intensa terapia de carbohidratos, de fondue y vino; de largas pláticas y caminatas.  Los días pasan y se hace difícil dejar este Rivendel suizo. 

Mañana, al calarme de nuevo mi piel de ciclista furtivo, saldré rumbo de Nimes armado con los buenos recuerdos de los últimos días.

septiembre 26, 2011

De lluvia, nieve y sol

Friedrichshafen- Berna: Aprox. 289 km Ver ruta

El recuerdo del sol de hacía unas semanas, implacable, abrumador, parecía más un sueño que un recuerdo. Mientras sostenía tembloroso la tapa del termo y el contenido se enfriaba con rapidez pensaba en las horas que me había visto forzado a pasar al abrigo de una sombra, cualquier sombra, para evitarme más quemaduras en la piel… qué lejano e irreal ahora. 

Rumbo a Suiza

Dejé Friedrichshafen cerca de las 9:00 am y anduve unos 15 kilómetros para abordar el Ferry que en 15 minutos de travesía me ahorraba un día de camino y ahí comenzaron los desatinos. Pensando que el ferry daba la vuelta hasta la ciudad de Konstanz permanecí a bordo, sólo para enterarme que volvía al punto de inicio. Cuarenta y cinco minutos después de abordar me bajaba del otro lado, constatando con ansiedad que la temperatura disminuía. Media hora más tarde el segundo desatino. La pereza de rodear un puente y abordarlo por la rampa me llevó a intentar subir la bicicleta por las escaleras, utilizando uno de los rieles que se instalan para el efecto. Sería por la inclinación o el peso o falta de fuerza que fue necesaria la anónima ayuda de alguien que pasaba para empujar a la negra hasta la parte superior. En el esfuerzo la llanta trasera se había torcido tanto que dos rayos se habían reventado y descarté inmediatamente la posibilidad de continuar hasta Ginebra así. Hallé un taller sin mucha dificultad y la providencial ayuda de un experto que en 20 minutos reparó la llanta y cambió los rayos. Su buena acción del día, me cobró solamente 2 euros por el costo de los rayos. Al medio día franqueaba la frontera con Suiza.

 Todas las expectativas, satisfechas

Y comenzó a llover. Lluvia fría, viento frío, tenis empapados, short empapado. Pedalear hora tras hora para conservar el calor y no parar hasta que fuera imprescindible. Temblar durante la hora de la comida y continuar el camino con las manos y la cara rígidas, espoleado por la proximidad de la noche.  Perder el camino, vueltas y vueltas a la manzana y dejar la ciudad de Winterthur atrás, lo más lejos posible, buscando la protección del bosque para pasar la noche. Finalmente hallar un rincón perfecto aunque húmedo para pasar la noche y desplomarme aliviado dentro de mi hogar plegable, exhausto física y moralmente. Nuevo día. Lluvia, viento, continuar.

Como una caricia me tocó el primer rayo de sol ya bien entrada la tarde, asomándose tímidamente entre las nubes para luego ocultarse como un niño que juega a las escondidas.
Cuando salí de mi refugio al día siguiente me encontré envuelto en una suave manta de neblina. Las calles con sus fuentes, los escasos transeúntes, el bosque, todos  transportados a un mundo místico que revelaba sus secretos metro a metro, con el silencioso avance de La Negra. Las diminutas gotas de rocío se depositaban y formaban cúmulos sobre los pliegues de mi chamarra y mis pestañas. 

Consideré muchas veces en esos días abandonar el viaje: tomar un tren y volver directamente a Madrid. Otras veces, sin embargo, no quería sino seguir hasta el final. Cuando la noche me encontró sentado en una banca, leyendo mis razones para volver y a la vuelta de la página mis razones para seguir se hizo evidente que forzar la marcha día tras día no era la mejor manera de terminar el viaje. En la prisa había olvidado mi propósito y al desdeñar un momento de reflexión, se habían instalado en mi mente toda clase de necesidades fútiles y pensamientos de auto conmiseración. Terminaría el viaje a su tiempo pero no así, no cansado, molesto y aliviado de volver al confort.  Con un sentimiento de liberación tuve que admitir que era insuficiente el tiempo para llegar en bicicleta a Ginebra y reunirme antes del fin de semana con Daniel y Marión pero suficiente para llegar a la ciudad de Berna con tranquilidad y buscarme un tren que me ayudara a concluir la etapa en tiempo. Y salió el sol.

septiembre 18, 2011

Despierta, Agustin, despierta.

Stuttgart- Friedrichshafen: aprox. 142 km Ver ruta

Un  murmullo lejano me despertó por la mañana, era el suave rumor de la lluvia y el viento al otro lado de la ventana. A la sensación de bienestar inicial se le sumó pronto otra  de alarma: el pronóstico prometía otra jornada húmeda y gris para mañana, el día de mí partida hacia Ginebra.

Salida de Stuttgart rumbo de Friedrichshafen

La novia de Andre , Lisa, me persuadió de buscar un tren para salir de Stuttgart y evitar el tráfico matinal y nada más atinado porque a las diez y media estaba fuera de la ciudad, fresco y listo para el camino. Con el pretexto de amanecer un año más viejo esa mañana resolví tomarme el día con calma y no hacer caso omiso de los antojos que a menudo me asaltan sobre la bicicleta. Tal vez por lo mismo al final del día había ido mucho más lejos de lo planeado y llevado por el deseo de continuar me encontré al caer el sol buscando con urgencia un lugar para acampar. Viendo lo que había avanzado me pareció posible llegar en dos días en lugar de tres a Friedrichshafen y el día siguiente intenté mantener el paso hasta que por la tarde me encontré al pié del cartel que señala la entrada a la ciudad. Al llegar Nicole, otra compañera del voluntariado de hace 7-8 años, me hizo inmediatamente responsable de la decisión de comprar o no una mesa para el comedor del departamento que comparte con otros dos estudiantes así que después de revisar la mesa ¡vino el desmontaje y el transporte! Más tarde por la noche, Ian y Nicole me llevaron a sumergirme primero en las gélidas aguas del  Bodensee y luego, a unos pocos pasos, en el cálido ambiente estudiantil de las noches de bar que organiza la universidad todos los jueves. Al día siguiente salí a pasear con Pascal, su compañero de piso, y sus amigos que habían venido a pasar una noche a Friedrichshafen para visitarle. La ciudad natal del Zeppelin, dice Pascal, al haber sido devastada durante la segunda guerra mundial y reconstruida en época de gran escasez material, no da muestra de su actual potencia económica producto de la ingeniería especializada que fabrica, entre otras cosas, motores de avión, de autos deportivos y tanques de guerra.  Pasamos una tarde agradable aprovechando el buen clima que notablemente duró hasta ayer por la noche y que nos concedió otra zambullida en el lago, esta vez más agradable, a la vista de las puntiagudas cimas de los Alpes que se elevan a la distancia, bordeando lo que será mi camino a Ginebra.

Esta vez la cena mexicana se aproximó un poco más al sabor que de hecho debería tener. Una cena de tacos para nueve personas coronada de éxito gracias a un kilo de tortillas importadas y una maceta de cilantro comprada en el supermercado ¡ah! y un six de coronas que esta vez bajaron por mi garganta mejor que de costumbre. 

¿Hoy? En vista de los cinco litros por metro cuadrado que están cayendo al otro lado de la ventana, será un día tranquilo con probabilidad del 90% de sopa de tortilla con la salsa de ayer.

septiembre 13, 2011

De Mühlacker a Stuttgart

Mühlacker - Tamm: Aprox 40km. Ver ruta


Pues al cabo de meses de comer de todo y tomar agua en todas partes por fin me enfermé del estómago. Por suerte no fue nada dramático pero es alarmante cuando se depende de la fuerza propia para mantenerse en movimiento. 
          
Al regresar del parque y antes de ir a las fiestas locales, tuve tiempo de revisar algunas rutas de bicicleta en internet y darle un poco de mantenimiento a la Negra. La noche fue estupenda, comimos unos döner kebab y luego fuimos a un concierto de Rock en una de las muchas carpas que se montaron en el banco de río Entz para el festival  aunque tuvimos que volver temprano a casa, obligados por mi malestar estomacal. 

Al día siguiente pensé que podría hacer el viaje en bicicleta a Stuttgart, así que después de despedirme de los Kruger y esperando volverlos a ver, salí acompañado por Ian quien me mostró el camino de inicio. Anduve lentamente durante varias horas, tomando numerosos descansos pero al cabo  de un largo día y aún lejos de la ciudad tuve que reconocer que estaba agotado y tomé un tren que me trajo cerca de casa de Andre. Por suerte el sistema de trenes en Alemania cuenta con ascensores donde pude entrar con la bicicleta por que esta vez hubiera sido incapaz de subirla por las escaleras.

He pasado ya dos dias en casa de André, en Stuttgart. Dos maravillosos días de mucho y muy necesario reposo para recuperarme de lo que sea que me haya caido mal al estómago y recobrar las fuerzas para volver al camino. Saldré mañana con pronóstico de buen clima por tres días, justo los que necesito para llegar a mi próximo destino: Konstanz, Bodensee.

septiembre 10, 2011

Alemania


Sterpenich- Mühlacker: 365 km (aproximación) Ver ruta

Justo cuando comienza uno a hincharse de autosatisfacción, el camino tiene algo preparado para desinflar el ego. Creía que tenía mi ruta armada y que no necesitaba más que un mapa de carretera para atravesar Alemania pero... Para empezar, hay una red impresionante de vías para hacer ciclismo y no creo equivocarme (o no por mucho en cualquier caso) si digo que sería posible atravesar el país sin compartir el asfalto con automóvil alguno pero que éstas son extremadamente escénicas y te llevan a conocer cada rincón agradable de la región y por lo tanto dan GRANDES rodeos. Por otra parte si te has acostumbrado a seguir la línea amarilla que indica carretera secundaria –usualmente de poco tráfico- y a veces la primaria – más tráfico pero factible- aquí muchas veces no es una opción agradable por la cantidad de autos que circulan y la velocidad a la que lo hacen. Ayer por ejemplo, estuve por lo menos 15 minutos mirando la carretera “secundaria” mientras llovía y terminé por decime a mi mismo –bah, me voy por la ciclo pista, pago el esfuerzo de hacer tres kilómetros extra y me ahorro el susto.

Días largos e intensos de bicicleta bajo la lluvia, media hora para comer y seguir hasta que la luz del día lo permite. Usualmente encontrar un rincón en el bosque, plantar casa de campaña y cenar algo adentro, leer, dormir, comenzar de nuevo. Sentir aprehensión al conocer un nuevo territorio y tratar de mantener la mente libre de expectativas que impidan ver las oportunidades que se presentan. Recolectar frutas y vocabulario en el camino, tratar de sacarle el máximo provecho posible al tiempo, la energía y por supuesto a los euros.

Finalmente ayer me encontré a medio día de camino de Stuttgart, después de nueve días de continuo pedalear. Tuve que resignarme al ver que el sol caía y que la ciudad no se veía más cerca con cada hora que pasaba. Ahora bien, quiso mi buena fortuna que me encontrara con Tom y su hijo en una encrucijada bajo las últimas luces del día y las últimas 36 horas con su familia han sido geniales. Pláticas sobre costumbres alemanas, computadoras, sistemas, aplicaciones, bueno… las fotos hablarán mejor al respecto. ¡Esta noche, las fiestas del pueblo, un mercado y bandas en vivo!

El plan es continuar a Stuttgart y visitar a Andre, un amigo de hace años cuando era voluntario en Francia.

septiembre 05, 2011

Au revoir, Bélgica

Ciney - Spontin:  9.4 km Ver ruta
Spontin- Sterpenich: 116 km ¡Record! Ver ruta



La noche de mi última entrada tuve algunas dificultades para encontrar donde acampar. Es curioso pero aunque Bélgica no parece superpoblada, da la impresión de que todo es propiedad privada. También diría que aunque la gente con que me crucé en el camino fue toda realmente amable, no creo que la hospitalidad esté muy arraigada en la cultura del país. En fin, anoche acampé en un enorme terreno en desuso y conversé durante un buen rato con una señora que paseaba a sus perros. Antes de irse preguntó si necesitaba algo y si, desesperadamente agua y mucha por favor.

Ayer…

No creo haber estado antes  tan cerca de renunciar al viaje. Seguro, mucho depende de la concentración propia pero tampoco pude contar con ella durante las primeras horas del día. Salí del bosque donde había acampado. Había llovido toda la noche pero aún estaba relativamente seco. Cuando llegué al camino y noté que mi llanta trasera estaba baja se desató la lluvia nuevamente y no paró hasta algunas horas después del medio día. Los frenos de la Negra se convirtieron (o terminaron de convertirse) en pulpa con el agua así que, ese domingo lluvioso, tuve que pasarlo casi sin frenos. Así, empapado por la lluvia y el sudor, avancé luchando con el camino por cada metro. Tras intentar sin éxito re-enfocarme por varios medios se me ocurrió que el  estado de ánimo también depende de la química del organismo y, para comprobar ese corolario, me detuve en un tianguis de cosas de segunda mano que hallé junto a la carretera y me zampé una hamburguesa con papas y un café. ¡Realmente funcionó! Después de comer y tener una breve charla con un una pareja mayor que se sentó junto a mí, volví a la Nacional 4 cambiado y pudiendo pensar en términos como –“desplazarme bajo la ominosa mirada de Tláloc- en lugar de –“pinche lluvia de mierda, etc.”- Ahí comenzó a mejorar todo. A partir de entonces comencé a pedalear casi con rabia.

En fin  cuando volvió la amable señora al lugar donde acampé anoche, lo hizo con una botella de cuatro litros de agua con la que por supuesto me bañé y dormí un sueño profundo.

Luxemburgo

Escribo esto desde un centro comercial a 5 km de Luxemburgo donde compré algo de comida y los indispensables frenos que acabo de instalar y que hacen que me vuelva el color a la cara. Después de meses no poderme comunicar satisfactoriamente, esos últimos días han sido un gusto porque, aunque mi francés está lejos de ser perfecto ¡por lo menos ya sé que responde la gente cuando pregunto algo! No por mucho tiempo  por que espero entrar hoy en Alemania aunque dicen que la mayoría de la gente habla inglés así que bueno, veremos. Próximo destino Stuttgart, a unos 312 km de aquí.


septiembre 03, 2011

De Turquia a Bélgica y el camino a Alemania.

Distancia: 124 km Ver ruta

Dejé el pasto inmaculado del camping municipal de por la tarde rumbo a Beyshehir. Encontré las primeras pendientes justo a orillas de la ciudad y comencé el ascenso que duró alrededor de dos horas hasta que encontré un lugar ideal para acampar con vista a una presa. Al día siguiente, en vista de las escasas poblaciones en el camino me fui aprovisionando con bastante anticipación a la hora de la comida. En cierto momento me acerqué al pórtico de una casa donde encontré la única persona a la vista y pregunté si había una panadería en el pueblo. Después de pedirme esperar un momento, el hombre entró en su casa y salió con una gran pieza de pan, la cual inmediatamente me sirvió acompañándola con jitomates, pepinos y chiles de su jardín. Ahmet estaba ayunando por cuenta del ramadán por lo que no me acompañó  en la merienda que devoré con apetito. Antes de partir me dio el tour la casa: un sembradío de trigo a la izquierda, un huerto a la derecha con toda clase de frutas y verduras. En las bodegas, dos cuartos con trigo hasta el nivel de la cintura. En un primer piso, costales de harina de trigo de su propia cosecha. Salí con el estómago lleno y con una invitación para volver al mi regreso de 

Beyshehir.

Al llegar a mi destino supe que no iba a ser fácil acampar junto a aquel lago y mucho menos meterse a nadar ya que está rodeado de un denso muro de vegetación. Una lástima, el agua turquesa a lo lejos realmente invitaba a meterse. Después de bordearlo durante seis kilómetros me di por vencido y volví a un camping que cuando menos prometía regadera.

De regreso hacia Konya el día siguiente tuve que afrontar los vientos que el día anterior me propulsaran. Al caer la tarde llegué a casa de Ahmet donde no bien hube terminado de poner la casa de campaña cuando me apuraron para entrar en la casa: había llegado a tiempo para tomar el iftar con él y con su esposa. Mucho del sazón turco me recuerda de los guisos mexicanos. Esa noche fue cena de lujo con pan hecho en casa, pide (que es una especie de pizza turca pero con el pan más delgado y que se enrolla como un taco enorme) y  chiles asados. Más tarde llegaron las visitas, el hijo segundo de Ahmet con su familia. Estuvimos conversando un poco y yo libreta en mano apuntaba todas las palabras que pacientemente  me enseñaban,  ilustraban y rectificaban su significado a base de gestos. Al final de la noche se negaron a que pasara la noche en mi casa de campaña y me ofrecieron el gran lujo de uno de sus cuartos, cubierto de alfombras y sin más muebles que un armario y una estufa de leña para el invierno.
A la mañana siguiente estuve listo para partir pero no tan rápido, ¡primero desayunas y luego te vas! Unos huevos con chorizo me recordaron de cuantas ganas tenía ya de un desayuno casero; frutas, té, una bendición y vuelta al camino contento y saboreando todavía el desayuno y los recuerdos. La vuelta a Konya pasó sin más novedad que las ocasionales ráfagas de viento y el constante sonido del claxon de los coches que ya me saludaban, ya me daban ánimos o se exasperaban con mi presencia en el camino. 

Tomé mi lunch en un puesto de policía de ensueño, con una impresionante vista a la presa que fuera mi alojamiento algunas noches atrás. Una vez más encontré el pasto inmaculado del camping municipal de la ciudad como lo dejé salvo que esta vez encontré dos colegas ciclo turistas franceses que recién llegaban. En la charla de esa noche y de la mañana siguiente me enteré de cómo habían pasado ya seis meses en el camino, de cómo habían encontrado una ucrania difícil y poco hospitalaria y habían decidido dar vuelta en redondo; de la enorme hospitalidad de la gente en Rumania y del choque intercultural en Turquía, con sus llamados a la oración, el ayuno, su actitud hacia las mujeres, etc. El día siguiente fue largo y tranquilo: compras, paseo por la ciudad, sudores fríos en el andén del tren que me prometieron hostil a las bicicletas y abordaje sin mayor problema que el acomodo de la negra donde no obstruyera el paso de la gente entre vagones, para lo cual recibí la generosa ayuda de un turco tan grande de tamaño como su empatía de ciclista. En el tren me despertaron los deliciosos aromas del suhur (el desayuno de ramadán a las tres de la mañana) que tuve que ignorar para volver a dormir.

El tren me dejó a dos cuadras de casa de Kerem, quien me recibió todavía soñoliento en la entrada del edificio y me avisó de una pareja de franceses que estaban pasando unos días en su casa. Ese par de días en Estambul fueron días de descanso y de lavandería, de paseos y de enchiladas con una especie de tortilla de harina enorme llamada yufka.

¡Güle güle Turquía! Regresando a Bruselas

Un vuelo que normalmente duraría tres horas se convirtió en un viaje de todo un día: tomar ferry, pedalear al aeropuerto, pasar el primer control de seguridad, desarmar bicicleta, hacer cola para documentar, control de pasaportes, retraso de dos horas del vuelo, llegar a Bruselas completamente desorientado, buscar mapa, pedir direcciones. 

Hoy, unos días más tarde salí de casa de Andy y Lisa en Gent de vuelta a Bruselas para ponerme en la ruta de Alemania. Hice un intento de salir de Bélgica sin mapa que duró exactamente una hora durante la cual tracé un grande pero preciso círculo desde y hasta la Gare du Midi. Viendo que no iba a ser tan fácil el asunto he regresado al centro a buscar una tienda que tiene mapas y que abre hasta las once de la mañana así que a esperar y a escribir.

Al día siguiente…

A las once estaba en la puerta justo en el momento en que se abrían las puertas, pedí direcciones y ¡vámonos! Para salir de Bruselas seguí el canal que atraviesa la ciudad y que pasa a unas pocas cuadras de la Bourse. Aunque por lo general no me gusta el momento de salir de las capitales, esta vez fue bastante mas sencillo. Cosa rara, al haberme acostumbrado a la gente de Turquía, en Bélgica me pareció encontrar una gran indiferencia, incluso frialdad. Luego al comenzar a pedir información y conversar con la gente me di cuenta de que en realidad la mayor parte de la gente es muy amable y responde exactamente lo que se le pregunta, no más no menos y cuando uno pide algo es exactamente lo que recibe. Bueno, también el hecho de que se vean ciclistas hasta en la sopa contribuye mucho despojarle a uno del título de “atracción del momento”.
La ruta más o menos será Luxemburgo, Stuttgart, Lake Constance (Bodensee)- Ginebra- Toulouse- Bilbao- Madrid. ¡Ufff! Suena mucho más abrumador que el sencillo pedalear de cada día, cada momento. 

Fotos...? 
Bueno, de momento me disculparán pero la conexión de internet que agarré en este parque es de por si ya gran lujo pero no se le puede pedir mucho ¡En cuanto tenga la primera oportunidad las descargo todas de golpe!