agosto 28, 2011

Sema, danza- meditación

Un video de edición bastante rústica sobre la danza- meditación de los Mevlevi o derviches giradores en la ciudad de Konya.

agosto 22, 2011

De vuelta al oeste

Avanos- Konya: 310 km Ver ruta


Qué días pasé en Capadocia. Tesoro de la humanidad para unos, mina de oro de otros, hogar, desierto y para mí: inagotable jardín de juegos. Antes de que pudiera darme cuenta estaba cubierto de polvo fino como el talco, mis bolsillos llenos de piedras. Explorador de día, cazador furtivo de paisajes exóticos por la noche. Al yacer sobre mi saco de dormir, mugroso y sonriente, impregnado del humo de estufas primitivas, con la panza llena de pastas y atardeceres, escuchando el concierto de picazones con los que la piel avisa que es menester un buen baño, mirando la película del día, no podía esperar a que amaneciera de nuevo.  Al cabo de los días, al internarme en la parte más frecuentada de la Capadocia, mi personaje fue cambiando de intrépido buscador de tesoros a espectador de mansedumbre bovina. Haciendo filas, leyendo rótulos, diciendo ¡ohs! y ¡ahs! en el momento adecuado. Me fui cansando de ser esperado, de haber perdido la ventaja, de rechazar suvenires, productos, servicios: vi que era hora de partir.

Tomé por fin un buen baño en un camping donde  hice migas con los dueños que me dejaron usar la cocina para fraguar mi cena y con un italiano que, terminado su tour en bicicleta, me dejó cámaras de repuesto y parches que pronto probaron su utilidad. Un ciclista coreano con más peso a cuestas que Atlas  me dijo que iba en pos de su novia en París y luego dijo ¿foto? antes de desaparecer sonriente colina abajo. 

Antes de salir definitivamente hice un par de visitas a las ciudades subterráneas donde los cristianos se refugiaban en la época de la persecución religiosa. Bajando extasiado, ocho niveles bajo tierra en la parte más profunda, me prometí aprender más sobre la historia de esta zona pero por ahora vagaría feliz e ignorante por las entrañas de la tierra pensando en qué dura la vida de estos prófugos y qué grande el ingenio de su obra. En un parque frente a la entrada a una de estas ciudades fue donde me senté a preparar mi ensalada de la tarde cuando llegaron dos niñas de aspecto desgarbado. No quitaban los ojos de la comida pero cuando les ofrecí una de mis frutas mallugadas en las alforjas me dieron un categórico –yok- como quien dice –no gracias, paso-  Al fin, después de verme comer y comprobar que no caía fulminado, aceptaron y comieron con gran apetito todo lo demás que preparé. De postre, comimos panes con Nutella que compré para consentirme y eso si que tuvo buen recibimiento. 

Ahora si, el verdadero regreso, la vuelta al oeste. Dejando atrás los ásperos parajes de la Capadocia y enfilando hacia Konya, la ciudad de los derviches giradores. Poniendo el este a mi espalda fui encontrando la bendición del baño a cada noche, en lagos, presas y una ducha de hospitalidad. Una noche al llegar a un lago desierto encontré un cachorro abandonado y al sostenerlo por la piel del lomo comenzaron a trepar por mi mano miríadas de pulgas. Resolví mantenerlo lejos de mi campamento por la noche y en la mañana llevarlo a algún lugar donde tuviera una oportunidad de vivir. Cociné esa noche con la pésima madera del lugar y acompañado por los perpetuos chillidos del cachorro, que no pararon hasta el amanecer cuando lo lavé, saqué las pulgas que pude y lo puse en mi casco envuelto en una playera. Al pasar por una gasolinera vi que entraba bastante gente y con una rápida maniobra lo dejé cerca de los baños, deseándole buena suerte y alejándome a toda velocidad. 

Ciento cincuenta kilómetros de carretera recta y plana a la deriva en un mar de tierras agrícolas, ciento cincuenta kilómetros sin esas molestas sombras que no hacen sino quitarle el sol a la siembra. Por fortuna encontré a mis espaldas un  viento potente y  que sin encontrar obstáculos me propulsaba fuera de esa zona, no así a los tres ciclistas que crucé en el camino y que venían en dirección contraria. Dos suizos y una francesa rumbo a la India y después, a ver qué pasa. 

Pedaleando con furia, deteniéndome sólo a almorzar en alguna gasolinera donde al verme entrar me reciben con té y frutas en trozos.  De vuelta al camino veo que los kilómetros que me separan de Konya disminuyen por decenas y resuelvo llegar en ese mismo día. Al llegar me recibe una ciudad de un millón y tantos habitantes; mezcla interesante de un dinámico espíritu progresista y antiguos modales de provincia sepultada en el polvo. Al llegar me dirijo al museo Mevlana, fundador de la orden de los sufís giradores y no sólo me dan instrucciones para llegar al camping municipal –excelente, gratuitos- sino que a demás me dan una enorme noticia: los sufís presentan esa noche en el centro cultural la Sema , ceremonia durante la cual giran al compás de ritmos hipnotizantes y que usualmente es imposible ver salvo en Noviembre. La fortuna y la presión del  tiempo me ponen en manos de tres jóvenes turcos que montados en una misma motocicleta me escoltan hasta el camping municipal. Montar casa de campaña a toda velocidad, ducha improvisada en un escusado de estilo turco y vuelta al centro para presenciar la ceremonia. Al terminar, todavía bajo el efecto de las monumentales voces de los derviches me ceno un kebab y duermo hasta bien entrada la mañana.

Hoy tengo boleto de tren de vuelta a Estambul, salgo el 26 de agosto por la noche siendo la bicicleta un motivo constante de preocupación en estos trenes que, por lo menos en la taquilla, no suele ser bien recibida. Pero es Ramadán: época de milagros. Mañana me voy de Konya- lagos de Beysehir última parada antes de volver.




agosto 13, 2011

Una cereza en la cumbre del pastel


Kaizeri- Avanos: 157km Ver ruta


Encontré un pasaje de avión, el más barato que pude, para el 29 de Agosto. Disponiendo de bastante tiempo en mis manos y pocas liras en la cartera (que en la ciudad se esfuman sin dejar rastro) se me ocurrió dar una vuelta en lo que llegaba la fecha de mi partida.

Hay algo sobre lo que nunca has escuchado, nadie te había hecho un solo comentario. Pero llega la primera persona que te habla de ello y entonces parece ser la noticia del día por que el tema está en boca de todos. Esto me sucedió con Croacia y más tarde, con Capadocia. 

Pensé en ir a ver este lugar del que todos los que volvían hablaban con asombro. Fui a la estación de trenes donde me topé con un muy poco amigable personal detrás del mostrador. Haciendo uso de toda mi paciencia más  la reserva de emergencias, averigüé que por ningún motivo se aceptan bicicletas en el tren y más tarde que –tal vez la puedes subir si la llevas bien empacada- Respiré hondo y compré un boleto con cama por favor, en 30 liras o  210 pesos. Kerem me acompañó a la estación y llegamos armados de 20 metros de plástico para envolver y 100 metros de cinta adhesiva. Al final el tren tenía un vagón especial para bultos grandes y son 12 liras, gracias, tome su recibo. El viaje fue tranquilo y muy cómodo a pesar de las 18 horas que duró y que apenas noté. Cuando descendí en Kaizeri estaba unos 800 km dentro del continente Asiático.

Kayseri

Llegué a eso de las 12:00 de la tarde y fui a explorar la ciudad para hacer una visita obligada al banco y al supermercado. La ciudad es bastante más interesante de lo que hubiera pensado y las horas volaron mientras paseaba por el mercado que se encuentra dentro y fuera de los antiguos muros de la ciudad. Cuando me di cuenta ya era bastante tarde y tenía que salir de la ciudad pronto para encontrar un lugar para pasar la noche, entonces me di cuenta de que la ciudad es engañosamente grande, mucho más de lo que aparenta. Al paso de las horas me encontré contemplando el hermoso ocaso desde una colina donde decididamente no quería estar. Era un lugar tranquilo pero perfectamente inadecuado para poner una casa de campaña. Después de preguntar un poco me dispuse a subir la colina con la escasa luz que quedaba y al dar una vuelta equivocada terminé en el pórtico de una familia que recién terminaba el iftar y después de ofrecerme cena, postre, té y bocadillos me ofrecieron también una habitación para pasar la noche (y no menos importante, un ¡baño!) “Platicamos” hasta eso de las 11 de la noche y antes de irme a dormir dijeron algo que entendí como –mañana temprano desayunamos antes de que te vayas- y algo que ver con el número 3. Cuando llamaron a mi puerta a las tres de la mañana entendí a que se referían. El ayuno dura desde antes de la salida del sol hasta después de que se pone y es costumbre tomarse una hora para desayunar, en este caso antes de las 4 de la mañana. Cuando vi a la familia reunida, ojerosa y sonriente supe que me habían invitado a compartir ese momento con ellos y que había valido la pena levantarme temprano (mi estómago estuvo de acuerdo por lo menos hasta que volví a la cama).  

Más tarde al salir de la casa me despidieron efusivamente y emprendí el camino a Develi. Me costó trabajo encontrar la salida y muchas veces tuve que pararme a pedir direcciones. Cada vez que preguntaba la gente miraba la bici con escepticismo y me hacían la seña con la mano que he aprendido a reconocer como “subida”.  Y vaya que si sube. Pasé la mayor parte del día en recorrer pocos kilómetros y la dificultad, por supuesto, aumenta con la altura.

                                                     Perfil de elevación Kayzeri - Develi


Cuando salí por la mañana miré hacia el monte Ercyes con asombro, respeto y la ingenua convicción de que ningún ingeniero civil en su sano juicio trazaría una carretera en esa dirección. Al final del día, cansado como un perro, comprobé satisfecho que el Ercyes y yo comenzábamos a tutearnos. Avanzando por ese paisaje lunar vi la distancia varios campamentos, en su mayoría de apicultores. Paré en uno a comprar miel y en otro, a preguntar si podía poner mi tienda cerca. Hamdi, solo con sus 250 colmenas, esperó a que terminara de instalar la casa de campaña y luego me invitó a tomar un té y comer un pan riquísimo (que hornea su esposa) con miel en su cobertizo recubierto de alfombras y maravillas. 

Por la mañana, después de un desayuno doble reanudé mi camino pasando por caminos donde preparan las pistas de esquí para el invierno. El descenso largo y vertiginoso fue un buen pago por mi esfuerzo del día anterior.
Descendí a un extenso valle bordeado por montañas en busca de Sultansazligi, un parque natural que en el mapa confundí con un lago pero que en realidad es una zona de pantanos. Durante la pausa del medio día llegó un hombre hasta donde estaba y, después de hacerme alguna advertencia ininteligible acerca del parque, desapareció tan repentinamente como había llegado.  Al acercarme a la zona que había elegido para acampar (y a una distancia  que consideré prudente de los pantanos) pedí algunas direcciones y obtuve en cambio una escolta en coche y motocicleta hasta el pueblo por el que preguntaba, Yenihayat. Al llegar pregunté donde podía rellenar mis botellas de agua y me llevaron a una casa bardeada con un muro de algo parecido al adobe y de aspecto milenario. Adentro llenaron mis botellas y me dieron Ayran, una bebida refrescante de yogurt muy líquido con sal.  Acampé en medio  de una enorme llanura solitaria y con mis botellas de agua me di un prosaico pero muy necesario baño a lo salvaje.

Al día siguiente me encontré con que el parque de Sultansazligi si tiene una forma parecida a una laguna de aguas gélidas que descienden del Ercyes. ¿Peligros? Algunas sanguijuelas que los locales recolectan y que afirman que son excelentes para la salud y ah, los niños de la localidad que en números mayores a uno resultan abrumadores. Resumo el día: Abrasador. A las tres repté hacia el primer y único resquicio sombreado que encontré y no hallé valor sino hasta las 5:30 para salir de nuevo a la carretera. Para pasarme el susto asalté un árbol de chabacanos y llené una bolsa. Volví a realizar otro ascenso en dirección de Urgup y acampé en lo alto de una colina. Elaboré mi primera estufa de piedra, un éxito.

Amanece helado

Increíblemente, hacía frío. En los descensos sentía que los dedos de las manos se me hacían de papel maché (y yo, por viajar ligero dejé un montón de ropa abrigadora en casa de Kerem).  
Los últimos dos días han sido maravillosos: Frescos, nublados y llenos de descubrimientos.  Ayer al bajar por una colina vi ventanas talladas en el costado. Cuando me acerqué descubrí que había llegado a un complejo habitacional troglodita. Una corta y sencilla escalada me llevó a lo que en algún tiempo habrá sido una cómoda habitación en las entrañas de la montaña. Más tarde y aún lejos de las zonas turísticas entré en un pueblo que compartía la colina con las Chimeneas de piedra y las numersas casas talladas en su interior que han sido abandonadas hace ya mucho tiempo. Horas y horas de sano entretenimiento. Llevo, entonces, un par de días en esta zona y no me canso de recorrer sus increíbles parajes. Mañana visitaré una ciudad bajo el suelo, que dicen, va hasta diez niveles bajo el suelo de los cuales ocho están abiertos al público. 

Por cierto que el exceso de chabacanos culminó en una bolsa llena de papilla caliente al final del día. La solución, hacer uso de la estufa primitiva y convertir la papilla en mermelada (o algo parecido).


agosto 05, 2011

De Tsarevo a Estambul

Tsarevo- Tekirdag: 234 km (aprox) Ver ruta 
Erdek- Bandirma: 21 km Ver ruta

Saliendo de Tsarevo

No había acabado de fanfarronear acerca de cuantos kilómetros me iba a hacer ese día cuando vi que la llanta del frente estaba totalmente desinflada y más allá de toda reparación. Estas cámaras de repuesto tienen válvulas más grandes que las originales y no entraban en el rin. Con bastante reticencia decidí resolver el asunto de una vez  y con alivio descubrí que el dueño del camping en Tsarevo tenía un taladro con el cual podría ensanchar el orificio para pasar la válvula. Entre la llanta ponchada y el restaurante en el que entré para levantarme la moral (funcionó) perdí la mayor parte de la mañana y estaba bien entrada la tarde cuando comencé lo que pareció un interminable ascenso en dirección de Malko Tarnovo. Más tarde, al volver a pasar por Balgari, comprobé que el campamento de los roma ya no estaba ahí. Pensé que sería buena idea tomar un camino alternativo para no recorrer exactamente la misma carretera de vuelta así que me desvié en dirección de Kosti y después de un largo descenso llegué al pueblo por el cual pasa un río que tenía la intención de seguir pero esta vez sí que me equivoqué de camino. Pedí direcciones un par de veces y  tomé un camino cuyas pendientes eran cada vez más pronunciadas y que claramente se alejaba del río. Tal vez por el calor, el cansancio, las moscas que me acosaban o por la esperanza de llegar al río continué ascendiendo “para ver que había después de la curva” aún cuando la brújula me miraba con creciente desaprobación. Después de lo que pareció una eternidad de empujar la bici cuesta arriba me dije –carajo, esto no va bien. Aún estaba en el parque nacional de Stranza y en una zona particularmente bien conservada, o sea que no había visto a nadie en un buen rato y con resignación puse mi casa de campaña junto a unas banca de madera que encontré a cerca del camino y me dispuse a cocinar. Esa noche los animales del bosque debían estar de fiesta por que hubo más ruido que si hubiera acampado junto a la autopista. Rascaron la casa de campaña, jugaron con mis botellas de agua, hicieron ruido con los rayos de la bici, bueno, aquello era fué juerga.

Malko Tarnovo

Desperté esperando ver un desastre, todas las cosas que había dejado en la mesa desparramadas y muestras de algún intento de llegar a la bolsa de comida que había amarrado a un árbol a unos 5 metros de la casa de campaña y para mi sorpresa encontré todo inquietantemente intacto. Esta vez el camino parecía ir ligeramente en la dirección correcta así que decidí seguirlo una hora más y luego volver si no había muestras de que fuera el correcto. Me encontré con un leñador que dibujó en mi mapa una nueva línea mostrando el punto en el que me encontraba: en mi frenesí de la noche anterior había encontrado un camino alternativo. El único problema es que el camino no era ni siquiera terracería, era más bien una mala combinación de varios tipos de camino. Veinticinco kilómetros y algunas horas más tarde me desplomé junto a la intersección del “atajo” con la carretera a Malko Tarnovo, felicitándome e increpándome al mismo tiempo. Estaba ahora a sólo 10 kilómetros de MT y a 20 de la frontera. 

Seguía tirado junto a la carretera cuando vi aparecer a alguien que caminaba como si se hubiera levantado esa mañana diciendo -¡pero qué ganas de caminar que tengo hoy!- Ese día conocí a Jonnhy Walker. En realidad su nombre es Emmanuel y es de Francia. Me contó que este es su segundo año en el camino. Salió a pie de Francia con destino de Israel y las cosas que platicamos resonaron persistentemente en mi cabeza muchos días después del breve encuentro. 

En Malko Tarnovo me aprovisioné bien, gasté mis últimos lev y acampé cerca de la frontera con la intención de franquearla temprano por la mañana.

Entrada en Turquía

Mientras llenaba mis botellas de agua en una fuente me encontré con otro francés, esta vez uno de alrededor de 60 años y que viajaba en bici, de esas en las que se va casi acostado. Había salido de Francia hacia Estambul siguiendo la ruta  que un amigo suyo había hecho hace tiempo –corriendo. Se hacía 120 km por día y me lo crucé una vez más en la frontera donde me regaló la mitad de su jugo de frutas.

En la frontera me recibieron tres oficiales jóvenes y sonrientes que no sin cierto candor miraron mi pasaporte y me dijeron –muy bien, ahora sólo tienes que ir por una visa a la ciudad de México- Afortunadamente había hecho mi tarea y sólo se me calentaron las orejas con el comentario.  Con toda la paciencia de la que era capaz les expliqué el apartado de la ley que dice que al no requerir una visa para entrar en la Unión Europea, tampoco requería uno para entrar en Turquía.  Después de un buen rato me dijeron que la visa de Estados Unidos también podía servir y les entregué la tarjeta, que miraron como se mira un examen de mate en la secundaria y dijeron -¿Qué es esto?- , -Una visa de Estados Unidos- respondí. Salí de la oficina con la cartera 20 dólares más ligera de lo que me cobraron por la entrada y entré triunfal en Turquía por una carretera que, después del camino del día anterior, me parecía como encontrar un escusado prístino en una ciudad cuando realmente urge.

Cuando encontré las primeras poblaciones entré ansias de no saber que me esperaba en mi primera vez en un país musulmán y para mi alivio resultó suficientemente diferente para causar asombro y suficientemente similar para sentir la tranquilidad de lo familiar. Poco antes de la hora de buscar refugio descubrí con fastidio que la otra llanta había perdido el aire. Estaba cerca de unas barracas de una especie de empresa de agricultura donde hallé una turba de sonrientes trabajadores quienes repararon la llanta sin dejarme levantar un dedo y luego prácticamente me arrastraron al comedor para cenar, fumar y beber su delicioso té. Un par de horas después monté campamento en un sembradío de pinos a pocos kilómetros.

Los turcos tienen una dosis de hospitalidad que a veces resulta apabullante. Por ejemplo, con lo de las llantas ponchadas que sucedió todavía varias veces mas y que creo que se debió a las cámaras defectuosas; cada vez que intentaba cambiar una cámara y que había alguien cerca, prácticamente me quitaban las cosas de las manos y hacían el cambio ellos a toda velocidad, incluso una vez me llegó un té mientras miraba. 

Por recomendación de Kerem, mi anfitrión en Estambul, me dirigí al sur para tomar un ferry y evitar entrar en la ciudad por la autpista que, según lo que he escuchado, es todo una aventura. Al final tomé un montón de ferris por no haber líneas directas o que aceptaran bicis a bordo. Tuve que pasar una noche en la isla de Avsha donde tomé un muy necesario “baño” en la playa y luego me quité la sal con el agua de mis botellas.  Al final del día subí a lo alto de una colina donde cené con una maravillosa vista del pueblo bañado por la luz del atardecer.
Por esos días descubrí que la llanta de atrás estaba totalmente consumida y con gran suerte encontré una tiendita que tenía (creo que literalmente) TODO para las bicis donde compré aún más cámaras y una llanta nueva.
Después de descubrir que el último ferri estaba lleno y verme forzado a pasar la noche en Bandirma en algo que semejaba un parque-bosque- instalaciones militares abandonadas, logré tomar el primero de la mañana que por dentro lucía como una nave espacial de lujo y luego me las arreglé para escandalizar a unas señoras de aparente pero dudosa alcurnia con mi ritual de preparación del desayuno. 

Estambul

La ciudad es una locura, es enorme y es genial. Los turistas son (somos) numerosos como termitas que consumen un árbol y en tal cantidad que no sabes si de hecho queda algo de madera. El sistema de transporte no es barato pero es increíblemente extenso y a pesar de que todos dicen que es muy sencillo, para mi es incomprensible. Es la época del Ramadán, el mes del ayuno religioso que se rige por un calendario lunar y en algunas calles hay grandes carpas que ha montado la municipalidad para el Iftar, el momento en que se rompe el ayuno cada tarde. Como la comida es gratis hay gente que hace cola durante horas y según entiendo, no todos los que se forman siguen el Ramadán.  Con alguna dificultad llegué al lugar de reunión con Kerem, increíblemente en punto de la hora. Después fuimos a su departamento donde vive con un colega del trabajo y al abrir la puerta escaparon los deliciosos aromas de la cena. Platicamos animadamente y para cerrar el día con broche de oro ¡un baño! Tuve que bañarme dos o tres veces por que al principio el jabón ni siquiera se dignaba a hacer espuma. 

Estoy conociendo la ciudad y descansando un poco. Comienzan los planes y preparativos para el regreso.