noviembre 08, 2011

La última cabalgata IV (Final)


-Si todos nos portáramos en la vida diaria como en el Camino, esto sería un paraíso-
Santiago, durante la cena.

Todo un Logroño, Martes 25 de Octubre

Puente la Reina- Logroño: 70.1 km aprox. Ver ruta
Muchos de los que cruzamos el umbral del refugio como extraños la noche anterior nos despedimos hoy como amigos, o por los menos, como los amigos que podríamos llegar a ser si tan sólo siguiéramos el mismo camino por el tiempo suficiente. Antonio y Juan tienen el plan de llegar a Logroño,  a unos 80 km de Puente la Reina, donde hay un refugio de la municipalidad y lo mejor, donde se hacen unas tapas exquisitas.  Ayer platicamos un poco cuando consiguieron sacarle la mayor parte del barro a sus bicicletas después del temporal, acordamos encontrarnos allá e intercambiamos  números de teléfono. En esta mañana tan fría no tengo la menor intención de ponerme los tenis mojados así que salgo en sandalias pero bien abrigado, lo cual me gana unas cuantas sonrisas incrédulas. – ¡Mucho gusto y ojalá que hasta luego!-  
Salgo al camino acompañado por el ya familiar dolor de frío en manos y pies, eso hasta que encuentro mi primer repecho no mucho después de comenzar. En el menú de la mañana mi platillo favorito: carreteras desiertas, impecables, que serpean entre parajes igualmente desolados. Todo esto sólo para mí. Un consuelo para la gripa que decididamente ya se ha instalado y para la voz de ultratumba que afortunadamente no tengo necesidad de utilizar. Hacia el medio día por fin logro solucionar el problema del rayo roto en un taller donde, sin embargo, me cobran diez euros por un trabajo de dos minutos que si tan sólo tuviera la herramienta… Al retomar la dirección de Logroño me cruzo con Antonio y con Juan afuera de otro taller y decidimos, sin más, continuar la etapa juntos. Me hacen saber que nos encontramos cerca de una fuente de vino ¡de vino! Inesperadamente, el vino es mejor de lo que esperaba poder extraer de una fuente y mejora con cada sorbo. Antes de dejar la fuente atrás nos hacemos de una buena provisión.  Comer acompañando, compartir la comida y anécdotas, beber vino de una botella de plástico, saludar a la gente con mochila y sombrero que sale de sendas ocultas  y desearles buen camino, lavar los cubiertos en una fuente de agua, calarse la gorra y decir ¿por dónde vamos ahora? –un lujo inusual. Pasamos por algunos caminos de terracería antes de salir a la carretera donde yo me siento mucho más cómodo pero aún así me cuesta trabajo seguir el ritmo. Hago un esfuerzo y pedaleo con ahínco. La carretera nos depara una interminable sucesión de colinas, de vientos en contra, de horas que pasan a prisa y nosotros mantenemos la marcha para llegar Logroño, soñando con esas tapas y la gran cena de solomillo que nos vamos a preparar.  Al final del día llegamos exhaustos  al refugio municipal donde nos dejan bien claro que hay reglas y se respetan al pie de la letra como que se cierra la puerta a las nueve, que hay que estar fuera a las 7:45am y que el registro para ciclistas empieza a las siete de la tarde para dar preferencia a los que van llegando a pie.  Cuando al fin entramos nos enteramos de que no hay estufa para cocinar así que a bañarse y a por las tapas. En el camino de salida encontramos a James y Andrea, de Inglaterra, que viajan en Bicicleta desde París y les proponemos ir con nosotros. Con ellos viene Chris, de Canadá. Entre todos recorremos los bares en busca de esas deliciosas tapas que no tardamos en encontrar y encadenar una tras otra acompañadas de los respectivos vasos de vino y risas. Al final, cuando volvemos corriendo diez minutos después de la hora de cierre del albergue, nos recibe el ceñudo encargado con un regaño que nos devuelve a la infancia y después del cual trastabillamos en la oscuridad a las habitaciones entre susurros y risas mal ahogadas. –Fascista- dice Chris con una sonrisa maliciosa.

Manada virtual, Miercoles 26 de Octubre

Logroño- Tosantos: 78.8 Km aprox. Ver ruta
La gente en los albergues, a diferencia de los hostales, comienza a moverse desde muy temprano y hoy, desde antes de las cinco de la mañana. Cuando empieza a clarear ya estamos afuera y esperando a que nos abran la bodega donde han guardado todas las bicicletas. Si me apegara a mi plan, me despediría hoy de todos y encaminaría hacia un pueblo llamado Cenicero desde el cual doblaría al suroeste hacia a Madrid. Anoche sin embargo, cuando los humos del vino revoloteaban alegremente en mi cabeza, lo platicamos y me convencen de hacer una etapa más con el grupo hasta Tosantos, en dirección de Burgos. Cargamos las bicicletas afuera del albergue mientras a través de la ventana de la oficina suena algo parecido a la Cabalgata de las Valquirias  -Se los dije, un fascista- dice Chris y estallan las carcajadas.
Empezamos el día bromeando, vamos lentamente y bebiendo sorbos de vino. Nos paramos cada diez minutos a tomar fotos, a intentar bajar granadas de un árbol, a buscar un baño… Cerca de las dos de la tarde nos damos cuenta de que vamos demasiado lento y de seguir así no completaremos la etapa. Comienzan las marchas forzadas nuevamente. Cometemos el típico error de no hacer compras temprano para no cargar con la comida todo el día. Seguimos uno de los senderos del Camino que me hace sudar pensando en los frágiles rayos de la Negra, en algunas partes el terreno es irregular como un lavadero, en otras no hay más opción que descender y empujar los siniestros rodados.  Nos saltamos la hora de la comida y encontramos una pendiente de terracería que nos drena las últimas fuerzas pero el próximo pueblo está a cuatro kilómetros y es prácticamente puro descenso. Al llegar a la plaza principal nos encontramos con James y Andrea, haciendo picnic  tranquilamente. Hacemos planes para seguir todos juntos pero se truncan cuando Juan, Antonio y yo entramos en un merendero y pedimos ración doble de espagueti, ellos continúan y nosotros comemos hasta que la idea de seguir pedaleando parece imposible. Si bien la perspectiva de continuar ya parece poco agradable, ni qué decir de aquella de hacerlo por los tortuosos caminos de terracería que mi bicicleta ya comienza a resentir. La única alternativa es continuar por la Nacional pero esa sólo es de mi agrado así que convenimos separarnos y encontrarnos en el siguiente pueblo, a unos 20 km de distancia. Cuando nos volvemos a encontrar la peor parte de la digestión ya ha pasado y nos topamos nuevamente con los ingleses de manera que partimos los cinco para hacer los últimos seis kilómetros en manada. Fue Santiago en Puente la Reina quien nos recomendó el albergue ya que él fue voluntario ahí hace dos años. El recibimiento que nos dan raya en lo conmovedor. Nos bañamos, cenamos y nos invitan a una reflexión en una pequeña sala en el ático de la casa centenaria, las palabras se olvidan pronto pero la sensación permanece durante días.

Al sur, Jueves 27 de Octubre

Tosantos- Santo Domingo de Silos: 96.8 km Ver ruta
Lluvia para hoy. Abrazos de despedida, buenos deseos y fotos de grupo bajo el cielo borrascoso. Un último adiós y el coro vuelve a ser solo. El padre José Luis, encargado del refugio de Tosantos, sugiere que me dirija al monasterio de Santo Domingo de Silos, busque al padre Alfredo y le diga que voy de su parte para que me dé refugio esa noche. Regreso cuatro kilómetros por donde vinimos la noche anterior para encontrar la carretera que cruza la Sierra de la Demanda. Un hombre trata de advertirme que el Camino de Santiago no va por ahí y cuando le comento que voy a Madrid me desaconseja seguir por la sierra y menos con este clima. Le doy las gracias pero sigo la ruta planeada después de envolverme lo s tenis con bolsas de plástico cuando la lluvia comienza a caer de verdad.  Me aprovisiono en una tienda y continúo espoleado por el frío aunque pronto comienzan las pendientes, mayores de lo que había estimado. Allá en la distancia aparecen unas cumbres nevadas alzándose por encima del paisaje otoñal. Hago un alto cuando veo personas conversando junto a la carretera y les pido todo tipo de detalles sobre el terreno que tengo por delante. Me dicen que  es poco factible llegar hasta el monasterio en un solo día teniendo en cuenta el puerto de montaña que hay que subir –Depende de cómo tengas las patas- me dicen. La duda me hace torcer la boca pero me digo que al menos lo voy a intentar. Conforme avanzo los pueblos se vuelven más y más escasos. Con todo mojado por la lluvia no dan ganas de sentarse a comer así que durante todo el día voy comiendo bocados que saco de las alforjas y manzanas que tomé de un árbol y que guardo en los bolsillos.  Cuando llego al puerto de montaña y veo que es temprano me decido a continuar. Cuando a las seis de la tarde me encuentro frente al monasterio caigo en cuenta de que llevo nueve horas sobre la bicicleta, de que no he descansado en todo el día y de que tengo la ropa toda mojada por la lluvia y el sudor. Entro temblando en la iglesia y tomo asiento con la esperanza de entrar en calor. Comienzo a reflexionar como voy a hacer para encontrar al padre Alfredo en ese enorme complejo cuando recuerdo un comentario que escuché la noche anterior según el cual los monjes de aquí son famosos por los cantos gregorianos con los que celebran los oficios y creo que he llegado justo a tiempo. Noto la gran cantidad de turistas asiáticos y comienzo a hacer conjeturas cuando de pronto entran por las puertas no menos de doscientos estudiantes de secundaria acompañados por sus respectivos profesores que se afanan en vano por mantener la compostura de los chicos. Cuando comienzan los cantos siento un escalofrío subirme por la espalda y sospecho que no es sólo de frío. Cuando concluye el oficio y los monjes atraviesan el pasillo en formación cantando frente de mi no puedo contener las lágrimas que comienzan a brotar a borbotones.  Me lleva un buen rato encontrar al padre Alfredo, preguntando por él casi afónico a todos los monjes que veo y cuyo trato, aunque amable, me parece notablemente parco. El padre Alfredo tampoco es necesariamente la calidez personificada pero su expresión cambia cuando menciono al padre José Luis: parece recordar algo, sonríe y dice que es un buen hombre. Al final del día me encuentro en unas habitaciones para peregrinos de las cuales soy el único ocupante. El padre Alfredo me trae algo de sopa caliente para mi garganta y un plato de carnes frías con queso. Le agradezco y después de que nos despedimos tomo un baño caliente, ceno y dedico algún tiempo a estudiar el mapa. Tengo cobijas de sobra así que, al menos por esta noche,  no pasaré frío.

El asfalto bajo mis ruedas, Viernes 28 de Octubre

Santo Domingo de Silos- Santibañez de Ayllón: 105 km aprox. Ver ruta
Al igual que todos los refugios, de este también hay que salir temprano así que con las primeras luces del alba me despido del padre Alfredo, quien pide a dios que me proteja y guie en mi camino. Como de costumbre no rechazo nada, ni siquiera las bendiciones. Pronto descubro ante mí una vasta llanura de sembradíos y viñedos. Hace días estuve en la Rioja con Juan y Antonio, hoy me dirijo a la Ribera del Duero. Eso significa para mí más kilómetros a menor costo y hoy es el día para avanzar.
Una sensación casi olvidada. El viento cálido me acaricia el rostro mientras el asfalto parece fundirse bajo mis ruedas. Antes del medio día he dejado cincuenta kilómetros atrás y me pregunto si antes de que termine el día podré arrebatarle otros cincuenta o más al camino pero no estoy tan seguro ya que tras el horizonte se revelan poco a poco las cimas de la Sierra de Ayllón que deberé franquear para poder llegar a Madrid. Hoy, como ayer, paso el día prácticamente sin desmontar pero hago un alto en un área de descanso a la salida de un pueblo fantasma, uno de esos lugares desolados en lo que me siento tan bien. Cerca del final del día el terreno se inclina nuevamente y mis ruedas se deslizan con menor velocidad al subir por las faldas de la montaña. Platico un momento con una señora muy amable quien me regala dos kilos de manzanas y una pieza de pan, seguro pensando en sus hijos de los cuales uno recorre los vastos confines de Sudamérica.  Cuando cae el sol desmonto y acampo junto a la carretera en un área desprovista de árboles pero oculta por unas rocas. Abandono pronto un intento de hacer fogata con madera húmeda. Estoy cansado, tanto que ni me apetece comer pero me fuerzo a comer algo de mis provisiones casi agotadas. Contrariamente a lo que hubiera querido he finalizado el día otra vez en la serranía de manera que el frío está garantizado. Me visto por completo y entro en el saco de dormir. Durante toda la noche me mantienen despierto los accesos de tos y la garganta que me arde como si la tuviera en carne viva cada vez que paso saliva. Es la primera noche que paso frío a pesar de traer todo puesto encima y ojalá la única. Cuando salgo a mear en la madrugada veo la costra de hielo sobre el toldo. 

Un esfuerzo más. Sabado 29 de Octubre

Santibañez de Ayllón- Hiruela: 70 km. Ver ruta
Por fin amanece. Me desplazo por un mundo secreto de neblina, una burbuja intemporal de seis metros de diámetro más allá de la cual parece no haber nada.  Las diminutas partículas de agua en suspensión se adhieren a los pliegues de mi ropa, a mis pestañas, a mis cejas. Comienzo el ascenso en cuanto pongo el pié en el pedal ansiando entrar en calor cuanto antes. Paro un momento para ponerme el chaleco reflectante cuando algo a mi derecha rasga el aire una y otra vez con un profundo rumor grave. Entre la niebla se dibuja débilmente la silueta de un enorme generador eólico, creo que ya debo estar cerca de la primera cima. La principal causa de inquietud de este día es cortesía de los veinte kilómetros de terracería que atraviesan la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz, estoy seguro de poder cruzarlos hoy mismo pero no se cuanta energía me tome hacerlo y no quisiera, por ningún motivo, pasar otra noche como la anterior de manera que apoyo fuerte en los pedales a pesar de sentir un gran cansancio desde el comienzo de la mañana. Mis expectativas no son defraudadas y antes de llegar a la mitad del trayecto estoy exhausto y es cerca de la una de la tarde. Continúo hasta que por fin llego a algún puerto sin marcar desde el cual se ven las montañas que se interponen en mi camino y desciendo. Al salir del tramo de terracería sé que no podré ir mucho más lejos pero para mi gran alivio encuentro un largo descenso, hasta que noto que he pasado de largo la salida que buscaba y reanudo el ascenso. Pasan las horas y me siento agotado pero me pido un poco más. Entro en caminos solitarios habitados sólo por cabras de monte. -¿Debería parar aquí? No, un kilómetro que avance hoy será uno que no tendré que avanzar mañana y apenas son las cinco y media-  Continúo confiando en que serán los últimos esfuerzos del día cuando entonces lo veo. Un precipicio al fondo del cual fluye un río cientos de metros abajo. La carretera desciende abruptamente haciendo zigzag por las paredes de roca, cruza el río por un angosto puente y vuelve a ascender para luego perderse entre las montañas. Bajar seguro lo logro aunque en ello me acabe los frenos, la subida es otra historia. Hora y media más tarde he cruzado. Me tiemblan las piernas, estoy empapado de sudor, el corazón me late a toda velocidad y esta vez estoy convencido de que no puedo continuar. Por otra parte si me detengo ahora tendré que acampar en el monte desprovisto de árboles, con provisiones muy menguadas y estando aún en la sierra de manera que sigo un poco más. Dan  las nueve y media de la noche y  voy llegando a Hiruela, dos kilómetros antes del puerto de montaña del mismo nombre. Para llegar ahí hube de descender y ascender incontables veces, me perdí y encontré el camino, inspeccioné una cabaña forestal al parecer abandonada pero cerrada con llave, unas señoras me aseguraron que Hiruela estaba cerca y comí mis últimas provisiones de pie antes de atar la linterna al manubrio con una liga y continuar pedaleando de noche. ¿Podría seguir si no hubiera más remedio? Prefiero no pensar en ello. Me pongo a buscar un… bueno, lo que sea para pasar la noche y comer algo. Afuera de un pequeño bar café platico lo mejor que puedo con mi voz enronquecida con una pareja mayor. Paco resulta ser empleado del ayuntamiento y llama al alcalde para avisar que van a abrir la bodega para que pueda pasar la noche ahí. La bodega tiene, gracias, gracias, calefacción.  Al ver que en el bar no tienen la menor intención de preparar bocadillos y que estoy dispuesto a comerme lo que sea, me invitan a cenar con ellos en su casa. Este día tiene un final feliz.

La última cabalgata, Domingo 30 de Octubre

La Hiruela- Colmenar Viejo: 70.3 km aprox. Ver ruta
Estoy de pie en el puerto de la Hiruela mirando hacia abajo, al valle y preguntándome que sorpresas me están reservadas para hoy, teóricamente, el último día de mi viaje en bicicleta. Una foto antes de iniciar el descenso. No se siente como el último día, de hecho se siente casi el primero, como si tuviera meses y meses de vida peripatética por delante. Lo que si me espera es salir de la sierra, imponente como una muralla que resguardara la entrada a la ciudad. Una pinchadura de despedida en Guadalix y me siento en el suelo a realizar por la última vez en este viaje una maniobra casi de rutina. El camino ya no me reserva sorpresas. Entro en la estación de cercanías de Colmenar Viejo, compro mi boleto y voy rumbo a Parla. Atravieso un Madrid envuelto en las sedas del ocaso, breve como un suspiro y al siguiente estoy llamando a la puerta. Cinco meses en bicicleta, no sé cuantos kilómetros pedaleados y menos los recorridos. Ocho, casi nueve meses de viaje. Siento una punzada de nostalgia al mirar el camino por el que he venido pero si algo he aprendido es que nada se acaba definitivamente, más que una sola vez.



noviembre 04, 2011

La última cabalgata III


No estoy acostumbrado a dormir en camping formal. Hay demasiada gente, demasiado ruido y me incomoda la idea de perder el anonimato, de plantar la  tienda de campaña ahí nada más, a la vista de todos. Pero una cena caliente y un baño aún más caliente surten su efecto y mi cuerpo se relaja dentro de la bolsa de dormir aunque afuera la temperatura continúa descendiendo. Ya estoy en España, ya he brincado el muro que me separaba de mi último destino, ya estoy entre esa gente a cuyo acento diferente del mío le he tomado afecto. Ahora sólo tengo que dejarme caer, dejar que los Pirineos me escupan fuera de sus alturas como si fuera una pepita hacia el calor de las tierras del sur, no más frío ni lluvias ni días enteros ascendiendo, todo será sencillo de ahora en adelante. ¿O no?

España día uno, un guante de seda. Domingo 23 de Octubre.

Isaba- Aldunate: 68.6 km Ver ruta
Las llantas zumban al deslizarme entre los valles flanqueados por altos muros de roca. Es domingo y el mundo parece dormir, pronto se desvanecen mis esperanzas de encontrar un taller abierto donde desmontar los piñones para remplazar el rayo roto. Toda la belleza que me deslumbra al doblar curva tras curva no basta para convencerme de pasar una noche más en las alturas y apoyo fuerte en los pedales toda vez que la velocidad disminuye. Converso con unos ciclistas que me sugieren que siga un tramo del Camino de Santiago de Compostela, el camino que en un principio tuve la intención de seguir hasta el final, para hallar refugio y comida económicos. Les agradezco sus sugerencias pero sé que no me gusta modificar mis planes por comodidad, si algún refugio queda en mi ruta bien pero si no, pasaré de largo y acamparé donde la noche me obligue a hacerlo. Un día hermoso: soleado y cálido. Avanzo bien y rápido aunque percibo la fatiga del día anterior y me prometo tomarlo con calma. Pronto dejo atrás los Pirineos y entro en la Nacional 240 que me lleva a lo largo del Embalse de Yesa, en dirección de Pamplona. Es una ruta sencilla y durante todo el día sólo tengo que seguir dos largas carreteras nacionales de circulación moderada hasta que de pronto aparece una autopista que según mi mapa no debería estar ahí, a la altura de Lumbier. Lo bueno es que después de algunos confusos  minutos buscando una ruta alterna encuentro una carretera secundaria en perfectas condiciones y desierta por completo. Cerca de las seis paso junto a un área de descanso como una enorme terraza con vista al valle y decido no ir más lejos ese día. Ceno algo viendo los autos pasar a lo lejos en la autopista y me pregunto qué me deparará el día de mañana, para el cual se ha pronosticado lluvia. Esta noche duermo sin frío a pesar de que los vientos azotan la tienda como si quisieran arrancarla de suelo.

España día dos, un puño de hierro. Lunes 24 de Octubre.

Aldunate- Puente la Reina: 48.4 km Ver ruta
Intento plegar la casa de campaña pero el viento es fuerte y sopla confuso desde todas las direcciones. El cielo despejado por la mañana ahora está cubierto por un pesado manto de nubes negras. Las gotas de agua caen tímidamente al principio y copiosamente después de algunos minutos. Envuelvo el equipaje en la manta de supervivencia que por ser plateada se ve bien desde lejos. Desayuno frugalmente cruzado de piernas bajo un árbol que protege a medias de la lluvia y me preparo mentalmente para mantener la moral alta pase lo que pase. Las primeras horas no van nada mal de hecho, el viento sopla a mi espalda y el esfuerzo que tengo que hacer es mínimo aunque con la velocidad la llanta hace saltar chorros de agua que el guardafangos no alcanza a contener y pronto mis tenis están tan mojados como si los hubiera sumergido. Comienzo a perder la calma cuando compruebo que el agua se filtra en mis alforjas a pesar de la cubierta impermeable y el frío me hace temblar cuando me detengo a reacomodar las cosas. La clave es mantenerse pedaleando para conservar el calor así que continúo tan rápido como puedo y pronto voy a toda velocidad. Aguarda, no siento el viento en el rostro ¿Por qué? Miro las briznas de hierba junto a la carretera y todas se inclinan hacia adelante. Me está llevando el viento. Me sale una sonrisa que más tarde se convierte en un ceño fruncido cuando dejo de pedalear y no pierdo velocidad.  Pronto el viento se convierte en algo más, en unas manos que me dan empujones en la espalda, en las alforjas y sé que algo no anda bien. Salgo de una curva, hacia una extensión llana de sembradíos y el viento que antes me propulsara comienza a embestirme de lado. Logro resistir los primeros embates compensando mi peso sobre la Negra pero entonces uno de ellos hace desaparecer el asfalto bajo mis llantas y me lanza hacia la arcilla que mis manos brincan para mantener separada de mi rostro. Un intento más de montar la bicicleta y abandono la idea: hay momentos en que aún estando apoyado firmemente en el suelo y sosteniéndola por el manubrio el viento la hace derrapar lateralmente.  Por fortuna hay poco tráfico pero el que hay son todos grandes camiones de carga y no hay acotamiento. Considero mis opciones pero solo hay una: avanzar centímetro a centímetro y salir de ahí, buscar un refugio. El viento ruge furiosamente en mis oídos y nunca he experimentado un vendaval semejante. Dos y tres veces me arrebata la bicicleta de las manos, que va a parar al lodo junto al camino, arranca el mapa y lo hace desaparecer en el aire, la manta de supervivencia que cubre mi equipaje latiguea mientras intento asegurarla para que no vuele también.  Paso algunos minutos aferrado a un señalamiento para poder mantenerme en pie cuando un tráiler se estaciona atrás de mi ¿ayuda? No, dobla y entra en un descanso con el pesado toldo de lona desprendido y agitándose como una hoja de papel.  “TIEBAS 1 km” No, imposible caminar un kilómetro así y menos de subida. Adelante hay una desviación donde desciende la carretera y cruzo los dedos por que haya algo allá abajo. Me lleva más de media hora avanzar doscientos metros pero al fin me topo con la Nacional 601 y al otro lado veo una cafetería para camioneros. Entro ensopado, temblando y exhausto. La dueña refunfuña sobre el mal tiempo y cierra con llave para que el viento no abra la puerta, deja de secar el piso cuando le pido un café bien caliente y algo para comer. Las noticias dicen algo sobre una alerta por vientos de hasta cien kilómetros por hora y yo me pregunto ¿Cómo voy a hacer para salir de aquí? Hora y media más tarde he repasado y agotado todas las posibilidades hasta que queda una, avanzar palmo a palmo en busca de un refugio para peregrinos y aguardar al día siguiente. El viento sigue aullando cuando vuelvo a la carretera pero con menos intensidad. Me hago el ánimo y vuelvo a subir a la bicicleta. El camino y la casualidad me llevan a Puente la Reina, justo a las puertas de un refugio. 

Conciliación

El baño y la ropa seca llegan un poco demasiado tarde, tengo el pecho congestionado y la garganta ardorosa. También tengo mucha hambre y la única tienda que hay abre hasta las cinco. Salgo a dar un paseo, aprovechando que por el momento no llueve. Al regresar de hacer compras veo tres ciclistas frente al refugio cepillando sendas bicicletas de montaña cubiertas de lodo. –Hola ¿Herramientas para remover piñones? No, bueno, gracias y suerte- Me preparo en la cocina un gran plato de papas, polenta, tomates, queso y  tocino mientras que el refugio cobra vida a medida que llegan los peregrinos a pie. No sé cómo pero pronto me encuentro conviviendo con unos, luego con otros y al cabo de unas horas tengo ropa secando con los ciclistas y me veo invitado a cenar espagueti por Santiago, Anastasia y otros cuyo nombre no recuerdo de cinco o seis países diferentes. Admito para el grupo que es una experiencia novedosa llegar a un lugar así y encontrarme de pronto en el seno de un ambiente tan cálido y familiar. Eso, me dicen, es porque estoy en el Camino de Santiago y todos lo comenzaron como desconocidos.


noviembre 03, 2011

La última cabalgata II


Despierto con frío en una pierna y veo que la tengo fuera del aislante, me acomodo y sigo durmiendo. Despierto y tengo frío en los brazos, que raro, vuelvo a dormir. Despierto y tengo la cabeza helada, me pongo el gorro y a dormir. Despierto. Esto es demasiado. Remuevo el contenido de las alforjas y saco la manta de supervivencia: una pesadilla de plástico crujiente que es como cubrirse con papel aluminio pero entro en calor de inmediato cuando la pongo sobre mi saco de dormir y duermo nuevamente. Sueño que el río junto al que acampo ha desbordado su cauce y la casa de campaña se encuentra bajo el agua, y no ha colapsado gracias a una gran burbuja de aire precariamente atrapada por la tela de la casa. Despierto y la bolsa de dormir está empapada por la condensación que la manta de supervivencia no deja transpirar... Cuando al fin comienza a amanecer salgo y entiendo: hay una costra de hielo sobre la tienda de campaña y la hierba congelada cruje bajo mis pies. Cuando logro desarmar la casa y cruzar los diez metros de hierba hasta la carretera mis tenis, mis calcetines y mis pies están mojados, los dedos de las manos tienen un rojo encendido y arden de frío. La solución es subir cuanto antes a la bicicleta y entrar en calor pero el viento no coopera. Pasan dos horas antes de que las manos y los pies dejen de doler. Luego todo mejora.

Buscando la puerta. Viernes 21


St. Pe de Bigorre- Arette: 58.4 km Ver ruta
En el camino se me ocurre que si no he ascendido al Tourmalet, entonces cruzaré la frontera por el Pico de Orhy, unos cien metros menos impresionante pero aún así todo una empresa con treinta y cinco kilos de equipaje a cuestas. Siguiendo el consejo de Olivier, la idea es pasar la noche en la base de la montaña y comenzar el ascenso temprano al día siguiente, llegar al puerto por la tarde y descender para evitar el frío de la noche en lo alto. Más tarde me doy cuenta de que no llegaré a tiempo para dormir en la base del Pico así que cambio la ruta y me dirijo a un paso más cercano: Pierre St. Martin. Es un día silencioso entre caminos poco transitados donde las hojas danzan y se arremolinan al son del viento otoñal, único sonido que turba la calma de los bosques vestidos de rojo amarillo y verde. Durante la pausa de la comida extiendo al sol la casa de campaña y observo el toldo gotear mientras corto el relleno de mi baguette.

Arette, antesala a la salida de Francia y de entrada en España. Sólo veinticinco kilómetros más y llegaré al décimo y último país de mi recorrido. Francia siempre ha cuidado bien de mí y ha sido un deleite de cruzar en bicicleta, estoy agradecido y le guardo cariño pero necesito hacerme al sur y pronto. Esa noche no repito el error y acampo bajo unos árboles para resguardarme del rocío y entro completamente vestido en la bolsa de dormir, doble calcetín y todo, una operación aparatosa pero que me asegura de no pasar frío otra vez. Después de un rato me encuentro apretado e incómodo pero calientito y listo para dormir. ¡Oh no! Ganas de ir al baño.

¿Qué tan difícil puede ser? Sábado 22.


Arette- Izaba: 52.3 km Ver ruta
Un gran desayuno para un gran día: torta de camembert con jamón, cereales con frutas secas, una naranja y chocolate, todo a la luz de la linterna dentro de la tienda de campaña. Desde la salida de Toulouse el terreno comienza a inclinarse, imperceptible pero constantemente. Al paso de los días la inclinación se hace más y más pronunciada de manera que el sonido de mi respiración, en un principio apenas audible se convierte en un perpetuo resoplido y el corazón me golpea el pecho más rápido y más fuerte con cada día que pasa hasta que hoy llega al culmen. La táctica es sencilla, empezar suave y despacio para entrar en calor, cuidando mucho la rodilla derecha que sigue doliendo pero no hay opción más que hacerla trabajar. Luego, conforme se acentúe la pendiente, hacer paradas cada cien metros o al llegar a cada curva o simplemente cada vez que encuentre un lugar apto. El mapa marca una pendiente del 9% pero los señalamientos para ciclistas muestran en ocasiones pendientes de hasta el 15%. Comienza el ascenso. Descanso en la cuarta o quinta curva cuando escucho un claxon y el conductor agita el puño con una sonrisa que dice – ¡ánimo!-. Hora tras hora me digo que debe faltar poco, que subo una curva más, que llego al arbusto y descanso, que llego a ese acotamiento y como un bocadillo, que otra curva más. Los pensamientos van guardando silencio y al parar escucho sólo el viento y el corazón que retumba en la garganta y las sienes. El valle es estrecho, por lo que no puedo ver lo que he ascendido hasta mucho más tarde, aunque el sol me da una referencia a medida que lo alcanzo ya que durante las primeras horas avanzo a la sombra de las montañas, dejando a mi paso una estela de vapor con cada resuello. Lo que veo al salir de una curva me deja impávido al principio y luego me conmueve al punto de hacerme apretar la boca. Muy lejos allá abajo y casi pérdida en la bruma se encuentra la vasta extensión de bosques que vengo atravesando desde hace días. Las hojas que aún no han caído de los árboles revolotean por millares y cantan como el furioso torrente de un río. Seguir y seguir. Sigo ascendiendo y al pasar de las horas se hace difícil mantener a raya los pensamientos que dicen –no puedo más- y que se agolpan en mi mente como para tomarla por asalto. Ocho horas, veintidós kilómetros, un rayo roto y un pedal crujiente más tarde veo por fin el cartel que dice “último kilómetro”. Cuando bajo de la Negra junto al cartel que marca el fin del ascenso ignoro que me encuentro 1,440 metros por encima del campamento de esta mañana aunque mis piernas temblorosas me dan una idea bastante buena. Me quito la playera empapada de sudor y me pongo una seca, luego el suéter y luego el impermeable a modo de rompevientos; contemplo el panorama y me lanzo en caída libre rumbo a España.

noviembre 01, 2011

La última cabalgata

En mi mente lo veo con claridad, diez días montando la Negra con la fuerza y las mañas  de estos meses de viaje y cortando ochocientos kilómetros como mantequilla.  Veo un terreno llano separándome de Madrid con algunos relieves en el camino, llámense los Pirineos. Mucha concentración y todo termina en un crescendo de satisfacción, de realización, de la liberación de un objetivo- obsesión de toda la vida. ¿Hará falta aclarar que no fue en lo más mínimo como lo había visualizado?

Toulouse a mis espaldas, martes 18 de Octubre.

Toulouse- Ciadoux: 75.6 km Ver ruta
Una semana de reposo, un cuerpo entumecido, una rodilla renuente. Al salir de Toulouse me encuentro una vez más con el silencio de las carreteras menores que se acentúa conforme van menguando las poblaciones y los bosques toman su lugar. Me doy diez días para estar en Madrid más por el miedo del frío que cada vez se hace más presente que por las ganas de concluir el viaje. No estoy bien equipado para el frío ni la lluvia y lo sé, me hace falta una estufa de campismo para entrar en calor por las noches pero ya es irrelevante conseguir una a estas alturas, necesito enfocarme y todo irá bien. Mi mente sufre cada vez que vuelvo a estar solo pero también se repone más y más rápido. Un breve primer avistamiento de los Pirineos me hace sonreír y digo -míos-. Al final del día llego al objetivo, Ciadoux. Entro a inspeccionar el pueblo, cansado de acampar en lugares de difícil acceso y busco un jardín del que pueda salir pronto y de preferencia con los tenis secos. Al final lo encuentro por casualidad cuando Gilles encantado de practicar su español me ofrece acampar en su casa y cenar con él, con su esposa Joanne y el revoltoso y encantador nieto Andy. -Los protestantes tenemos el hábito de dar gracias antes de cenar- me dice y cuando digo gracias para mis adentros algo afirma que por supuesto tengo mucho de que estar agradecido, con quien sea, con lo que sea. 

Lluvia con rayos (radios) Miércoles 19

Ciadoux- Lannemezan: 43.6 Km  Ver ruta
¿Café? ¿Fruta? ¿Pan? ¿Un sándwich para el camino? ¿Más pan? Si gracias a todo. Un biblia en francés y bendiciones para el camino, en un día con pronóstico de lluvia no rechazo nada (ni cuando brilla el sol). Sandalias en lugar de tenis y con ellas me paro sobre los pedales ¡Au revoir et merci pour tout! Venga la lluvia. Estoy tomando un sorbo de distracción cuando por casualidad pienso en revisar los rayos de la llanta trasera. Mmmm, uno roto. No, dos. Espera… tres, ¡cuatro! Maldicion, ¿Cómo sucedió esto? En un taller mecánico me dicen que hay un taller de bicicletas a treinta y seis kilómetros y el día se oscurece un poco más. Treinta y seis kilómetros y ansiedades más tarde me encuentro esperando afuera del taller y pateando el suelo con las sandalias para dar calor a los dedos helados. Al entrar comienzo a contar la historia de siempre para hacer empatía: tanto tiempo en bicicleta, ya casi termino pero los rayos… ¿Cuánto por cambiarlos? Bueno, me llevo unos y hago el cambio yo mismo. Lo hubiera tenido que hacer bajo una lluvia copiosa de no ser por Didier, un entusiasta del ciclo turismo que había entrado y me escuchaba con atención.  -Vamos por un café- dice - y tengo un garaje donde puedes cambiar los rayos al abrigo de la lluvia-. Didier, descubro pronto, es tan aficionado al ciclo turismo como a hablar del tema. Las palabras llenas de entusiasmo comienzan a enlazarse unas con otras hasta que forman un tren de pensamiento ininterrumpido y yo me pregunto cómo haré para concentrarme y aprender a cambiar esos cuatro, no, cinco rayos rotos. Al final vuelvo a la tienda para que remuevan los  piñones, que obstruyen los orificios por donde se hacen entrar los rayos. Vuelta al taller de Didier y hacerle participar para enfocarnos en la tarea. Va cayendo la noche y la temperatura -Tengo que salir, tengo que salir- Y no salgo. Con enorme amabilidad Didier me ofrece pasar la noche en su casa; no gracias, no gracias… bueno siempre si y muchas gracias. Un baño ardiente y una gran cena me devuelven a la vida.

Oír y desoír consejos. Jueves 20.

Lannemezan- St. Pe de Bigorre: 53.5 km Ver ruta
Cuando abro las cortinas por la mañana veo la helada de la que he escapado. Los picos de los pirineos, ocultos por un manto de lluvia el día anterior, se elevan hoy coronados de nieve y siento una mezcla de espanto y deseo correr hacia ellos. Didier es de la idea de que llevemos la llanta que he reparado al taller y pidamos consejo experto. A pesar de la ansiedad que siento por salir tengo que reconocer que es buena idea. Y lo es. Nuevos ajustes, aceite, ¡buena suerte! Gracias a todos. Salgo cerca del medio día pero los kilómetros se van apilando por fin y lo mejor es que se anuncian por lo menos cuatro días de buen clima y más me vale estar al otro lado de la frontera en ese tiempo. Eventualmente aparece el señalamiento tras una curva: Bagnéres de Bigorre. Ahí es donde y cuando hay que decidir si la vanidad vale el esfuerzo de doblar al sur y medirse (o tratar de hacerlo) con el Tourmalet, el paso mítico y obligatorio del Tour de Francia. Dos minutos de reflexión y digo- nah-. Porque luego hay que trepar otros dos considerables puertos de montaña y describir una gran curva para, después dos o tres días, volver a la carretera que puedo estar pisando en un par de horas si sigo derecho. Paso de largo el santuario de Lourdes: todo lo que podría pedir lo tengo ya.






octubre 17, 2011

Un descanso, última parada

A ver, ¿por dónde comienzo?

Se dice, según Fabricio, que los vientos que soplan en Toulouse y que afectan la zona del Midi pueden hacer que uno se enoje, incluso se vuelva loco y supe que había algo de cierto en ello cuando después de dos días de avanzar contra el viento me puse a patear furioso una piedra en un área de descanso al no poder tomar velocidad en un descenso largamente esperado (y luego me comí un chocolate para el coraje).

El plan era salir con calma de casa de Olivier y Nadia en Aspéres pero los minutos se convirtieron en horas cuando por sugerencia de Olivier revisamos mi bicicleta antes de salir y descubrimos un rayo roto de la llanta trasera por lo que tuvimos que ir al pueblo en busca de un taller de bicis para conseguir uno de repuesto. Ya entrada la tarde y sin muchas ganas de partir nos dijimos adiós en la puerta de su casa y comencé a seguir la ruta que con todo detalle me indicó para ir a Toulouse: un camino bellísimo y , de tener el viento a favor, rápido. Tal vez hice mal pero como no me sentía repuesto del todo aún, contaba con ese viento para llevarme a mi destino antes del fin de semana. Lo que siguió fue varios días con el viento en contra, soplando a ratos en ráfagas de hasta 55km/h lo cual convertía el camino en un largo ascenso pero sin la gloria de poderse parar a contemplar el mundo desde lo alto. Lo cierto es que el paisaje en ese tramo es espectacular, la vegetación baja y nudosa propia del mediterráneo me hacía sentir ya casi de regreso en España y a menudo tenía que recordarme de detenerme y admirar el paisaje, antes de volver a subir a los pedales rechinando los dientes.

Hacía años que tenía la intención de ir a Toulouse y en todo ese tiempo había intercambiado algunos mensajes con Fabricio diciendo que un día iría a visitarlo y por fin había llegado, en la última parada programada antes de iniciar la etapa final hacia Madrid, unos 750 km a través del suroeste de Francia, los Pirineos y Castilla . Aprovechando la ocasión de estar en confianza decidí reposarme unos días antes de salir, no sin la inquietante sensación de hacerlo al precio de perder varios preciosos días de buen clima (¡El invierno se acerca!).
Tras una semana que pasó demasiado rápido, vuelvo mi casa de asfalto. Serán acaso unos diez días de bicicleta antes de la parada definitiva en Madrid, de vuelta al inicio.