agosto 13, 2011

Una cereza en la cumbre del pastel


Kaizeri- Avanos: 157km Ver ruta


Encontré un pasaje de avión, el más barato que pude, para el 29 de Agosto. Disponiendo de bastante tiempo en mis manos y pocas liras en la cartera (que en la ciudad se esfuman sin dejar rastro) se me ocurrió dar una vuelta en lo que llegaba la fecha de mi partida.

Hay algo sobre lo que nunca has escuchado, nadie te había hecho un solo comentario. Pero llega la primera persona que te habla de ello y entonces parece ser la noticia del día por que el tema está en boca de todos. Esto me sucedió con Croacia y más tarde, con Capadocia. 

Pensé en ir a ver este lugar del que todos los que volvían hablaban con asombro. Fui a la estación de trenes donde me topé con un muy poco amigable personal detrás del mostrador. Haciendo uso de toda mi paciencia más  la reserva de emergencias, averigüé que por ningún motivo se aceptan bicicletas en el tren y más tarde que –tal vez la puedes subir si la llevas bien empacada- Respiré hondo y compré un boleto con cama por favor, en 30 liras o  210 pesos. Kerem me acompañó a la estación y llegamos armados de 20 metros de plástico para envolver y 100 metros de cinta adhesiva. Al final el tren tenía un vagón especial para bultos grandes y son 12 liras, gracias, tome su recibo. El viaje fue tranquilo y muy cómodo a pesar de las 18 horas que duró y que apenas noté. Cuando descendí en Kaizeri estaba unos 800 km dentro del continente Asiático.

Kayseri

Llegué a eso de las 12:00 de la tarde y fui a explorar la ciudad para hacer una visita obligada al banco y al supermercado. La ciudad es bastante más interesante de lo que hubiera pensado y las horas volaron mientras paseaba por el mercado que se encuentra dentro y fuera de los antiguos muros de la ciudad. Cuando me di cuenta ya era bastante tarde y tenía que salir de la ciudad pronto para encontrar un lugar para pasar la noche, entonces me di cuenta de que la ciudad es engañosamente grande, mucho más de lo que aparenta. Al paso de las horas me encontré contemplando el hermoso ocaso desde una colina donde decididamente no quería estar. Era un lugar tranquilo pero perfectamente inadecuado para poner una casa de campaña. Después de preguntar un poco me dispuse a subir la colina con la escasa luz que quedaba y al dar una vuelta equivocada terminé en el pórtico de una familia que recién terminaba el iftar y después de ofrecerme cena, postre, té y bocadillos me ofrecieron también una habitación para pasar la noche (y no menos importante, un ¡baño!) “Platicamos” hasta eso de las 11 de la noche y antes de irme a dormir dijeron algo que entendí como –mañana temprano desayunamos antes de que te vayas- y algo que ver con el número 3. Cuando llamaron a mi puerta a las tres de la mañana entendí a que se referían. El ayuno dura desde antes de la salida del sol hasta después de que se pone y es costumbre tomarse una hora para desayunar, en este caso antes de las 4 de la mañana. Cuando vi a la familia reunida, ojerosa y sonriente supe que me habían invitado a compartir ese momento con ellos y que había valido la pena levantarme temprano (mi estómago estuvo de acuerdo por lo menos hasta que volví a la cama).  

Más tarde al salir de la casa me despidieron efusivamente y emprendí el camino a Develi. Me costó trabajo encontrar la salida y muchas veces tuve que pararme a pedir direcciones. Cada vez que preguntaba la gente miraba la bici con escepticismo y me hacían la seña con la mano que he aprendido a reconocer como “subida”.  Y vaya que si sube. Pasé la mayor parte del día en recorrer pocos kilómetros y la dificultad, por supuesto, aumenta con la altura.

                                                     Perfil de elevación Kayzeri - Develi


Cuando salí por la mañana miré hacia el monte Ercyes con asombro, respeto y la ingenua convicción de que ningún ingeniero civil en su sano juicio trazaría una carretera en esa dirección. Al final del día, cansado como un perro, comprobé satisfecho que el Ercyes y yo comenzábamos a tutearnos. Avanzando por ese paisaje lunar vi la distancia varios campamentos, en su mayoría de apicultores. Paré en uno a comprar miel y en otro, a preguntar si podía poner mi tienda cerca. Hamdi, solo con sus 250 colmenas, esperó a que terminara de instalar la casa de campaña y luego me invitó a tomar un té y comer un pan riquísimo (que hornea su esposa) con miel en su cobertizo recubierto de alfombras y maravillas. 

Por la mañana, después de un desayuno doble reanudé mi camino pasando por caminos donde preparan las pistas de esquí para el invierno. El descenso largo y vertiginoso fue un buen pago por mi esfuerzo del día anterior.
Descendí a un extenso valle bordeado por montañas en busca de Sultansazligi, un parque natural que en el mapa confundí con un lago pero que en realidad es una zona de pantanos. Durante la pausa del medio día llegó un hombre hasta donde estaba y, después de hacerme alguna advertencia ininteligible acerca del parque, desapareció tan repentinamente como había llegado.  Al acercarme a la zona que había elegido para acampar (y a una distancia  que consideré prudente de los pantanos) pedí algunas direcciones y obtuve en cambio una escolta en coche y motocicleta hasta el pueblo por el que preguntaba, Yenihayat. Al llegar pregunté donde podía rellenar mis botellas de agua y me llevaron a una casa bardeada con un muro de algo parecido al adobe y de aspecto milenario. Adentro llenaron mis botellas y me dieron Ayran, una bebida refrescante de yogurt muy líquido con sal.  Acampé en medio  de una enorme llanura solitaria y con mis botellas de agua me di un prosaico pero muy necesario baño a lo salvaje.

Al día siguiente me encontré con que el parque de Sultansazligi si tiene una forma parecida a una laguna de aguas gélidas que descienden del Ercyes. ¿Peligros? Algunas sanguijuelas que los locales recolectan y que afirman que son excelentes para la salud y ah, los niños de la localidad que en números mayores a uno resultan abrumadores. Resumo el día: Abrasador. A las tres repté hacia el primer y único resquicio sombreado que encontré y no hallé valor sino hasta las 5:30 para salir de nuevo a la carretera. Para pasarme el susto asalté un árbol de chabacanos y llené una bolsa. Volví a realizar otro ascenso en dirección de Urgup y acampé en lo alto de una colina. Elaboré mi primera estufa de piedra, un éxito.

Amanece helado

Increíblemente, hacía frío. En los descensos sentía que los dedos de las manos se me hacían de papel maché (y yo, por viajar ligero dejé un montón de ropa abrigadora en casa de Kerem).  
Los últimos dos días han sido maravillosos: Frescos, nublados y llenos de descubrimientos.  Ayer al bajar por una colina vi ventanas talladas en el costado. Cuando me acerqué descubrí que había llegado a un complejo habitacional troglodita. Una corta y sencilla escalada me llevó a lo que en algún tiempo habrá sido una cómoda habitación en las entrañas de la montaña. Más tarde y aún lejos de las zonas turísticas entré en un pueblo que compartía la colina con las Chimeneas de piedra y las numersas casas talladas en su interior que han sido abandonadas hace ya mucho tiempo. Horas y horas de sano entretenimiento. Llevo, entonces, un par de días en esta zona y no me canso de recorrer sus increíbles parajes. Mañana visitaré una ciudad bajo el suelo, que dicen, va hasta diez niveles bajo el suelo de los cuales ocho están abiertos al público. 

Por cierto que el exceso de chabacanos culminó en una bolsa llena de papilla caliente al final del día. La solución, hacer uso de la estufa primitiva y convertir la papilla en mermelada (o algo parecido).