agosto 05, 2011

De Tsarevo a Estambul

Tsarevo- Tekirdag: 234 km (aprox) Ver ruta 
Erdek- Bandirma: 21 km Ver ruta

Saliendo de Tsarevo

No había acabado de fanfarronear acerca de cuantos kilómetros me iba a hacer ese día cuando vi que la llanta del frente estaba totalmente desinflada y más allá de toda reparación. Estas cámaras de repuesto tienen válvulas más grandes que las originales y no entraban en el rin. Con bastante reticencia decidí resolver el asunto de una vez  y con alivio descubrí que el dueño del camping en Tsarevo tenía un taladro con el cual podría ensanchar el orificio para pasar la válvula. Entre la llanta ponchada y el restaurante en el que entré para levantarme la moral (funcionó) perdí la mayor parte de la mañana y estaba bien entrada la tarde cuando comencé lo que pareció un interminable ascenso en dirección de Malko Tarnovo. Más tarde, al volver a pasar por Balgari, comprobé que el campamento de los roma ya no estaba ahí. Pensé que sería buena idea tomar un camino alternativo para no recorrer exactamente la misma carretera de vuelta así que me desvié en dirección de Kosti y después de un largo descenso llegué al pueblo por el cual pasa un río que tenía la intención de seguir pero esta vez sí que me equivoqué de camino. Pedí direcciones un par de veces y  tomé un camino cuyas pendientes eran cada vez más pronunciadas y que claramente se alejaba del río. Tal vez por el calor, el cansancio, las moscas que me acosaban o por la esperanza de llegar al río continué ascendiendo “para ver que había después de la curva” aún cuando la brújula me miraba con creciente desaprobación. Después de lo que pareció una eternidad de empujar la bici cuesta arriba me dije –carajo, esto no va bien. Aún estaba en el parque nacional de Stranza y en una zona particularmente bien conservada, o sea que no había visto a nadie en un buen rato y con resignación puse mi casa de campaña junto a unas banca de madera que encontré a cerca del camino y me dispuse a cocinar. Esa noche los animales del bosque debían estar de fiesta por que hubo más ruido que si hubiera acampado junto a la autopista. Rascaron la casa de campaña, jugaron con mis botellas de agua, hicieron ruido con los rayos de la bici, bueno, aquello era fué juerga.

Malko Tarnovo

Desperté esperando ver un desastre, todas las cosas que había dejado en la mesa desparramadas y muestras de algún intento de llegar a la bolsa de comida que había amarrado a un árbol a unos 5 metros de la casa de campaña y para mi sorpresa encontré todo inquietantemente intacto. Esta vez el camino parecía ir ligeramente en la dirección correcta así que decidí seguirlo una hora más y luego volver si no había muestras de que fuera el correcto. Me encontré con un leñador que dibujó en mi mapa una nueva línea mostrando el punto en el que me encontraba: en mi frenesí de la noche anterior había encontrado un camino alternativo. El único problema es que el camino no era ni siquiera terracería, era más bien una mala combinación de varios tipos de camino. Veinticinco kilómetros y algunas horas más tarde me desplomé junto a la intersección del “atajo” con la carretera a Malko Tarnovo, felicitándome e increpándome al mismo tiempo. Estaba ahora a sólo 10 kilómetros de MT y a 20 de la frontera. 

Seguía tirado junto a la carretera cuando vi aparecer a alguien que caminaba como si se hubiera levantado esa mañana diciendo -¡pero qué ganas de caminar que tengo hoy!- Ese día conocí a Jonnhy Walker. En realidad su nombre es Emmanuel y es de Francia. Me contó que este es su segundo año en el camino. Salió a pie de Francia con destino de Israel y las cosas que platicamos resonaron persistentemente en mi cabeza muchos días después del breve encuentro. 

En Malko Tarnovo me aprovisioné bien, gasté mis últimos lev y acampé cerca de la frontera con la intención de franquearla temprano por la mañana.

Entrada en Turquía

Mientras llenaba mis botellas de agua en una fuente me encontré con otro francés, esta vez uno de alrededor de 60 años y que viajaba en bici, de esas en las que se va casi acostado. Había salido de Francia hacia Estambul siguiendo la ruta  que un amigo suyo había hecho hace tiempo –corriendo. Se hacía 120 km por día y me lo crucé una vez más en la frontera donde me regaló la mitad de su jugo de frutas.

En la frontera me recibieron tres oficiales jóvenes y sonrientes que no sin cierto candor miraron mi pasaporte y me dijeron –muy bien, ahora sólo tienes que ir por una visa a la ciudad de México- Afortunadamente había hecho mi tarea y sólo se me calentaron las orejas con el comentario.  Con toda la paciencia de la que era capaz les expliqué el apartado de la ley que dice que al no requerir una visa para entrar en la Unión Europea, tampoco requería uno para entrar en Turquía.  Después de un buen rato me dijeron que la visa de Estados Unidos también podía servir y les entregué la tarjeta, que miraron como se mira un examen de mate en la secundaria y dijeron -¿Qué es esto?- , -Una visa de Estados Unidos- respondí. Salí de la oficina con la cartera 20 dólares más ligera de lo que me cobraron por la entrada y entré triunfal en Turquía por una carretera que, después del camino del día anterior, me parecía como encontrar un escusado prístino en una ciudad cuando realmente urge.

Cuando encontré las primeras poblaciones entré ansias de no saber que me esperaba en mi primera vez en un país musulmán y para mi alivio resultó suficientemente diferente para causar asombro y suficientemente similar para sentir la tranquilidad de lo familiar. Poco antes de la hora de buscar refugio descubrí con fastidio que la otra llanta había perdido el aire. Estaba cerca de unas barracas de una especie de empresa de agricultura donde hallé una turba de sonrientes trabajadores quienes repararon la llanta sin dejarme levantar un dedo y luego prácticamente me arrastraron al comedor para cenar, fumar y beber su delicioso té. Un par de horas después monté campamento en un sembradío de pinos a pocos kilómetros.

Los turcos tienen una dosis de hospitalidad que a veces resulta apabullante. Por ejemplo, con lo de las llantas ponchadas que sucedió todavía varias veces mas y que creo que se debió a las cámaras defectuosas; cada vez que intentaba cambiar una cámara y que había alguien cerca, prácticamente me quitaban las cosas de las manos y hacían el cambio ellos a toda velocidad, incluso una vez me llegó un té mientras miraba. 

Por recomendación de Kerem, mi anfitrión en Estambul, me dirigí al sur para tomar un ferry y evitar entrar en la ciudad por la autpista que, según lo que he escuchado, es todo una aventura. Al final tomé un montón de ferris por no haber líneas directas o que aceptaran bicis a bordo. Tuve que pasar una noche en la isla de Avsha donde tomé un muy necesario “baño” en la playa y luego me quité la sal con el agua de mis botellas.  Al final del día subí a lo alto de una colina donde cené con una maravillosa vista del pueblo bañado por la luz del atardecer.
Por esos días descubrí que la llanta de atrás estaba totalmente consumida y con gran suerte encontré una tiendita que tenía (creo que literalmente) TODO para las bicis donde compré aún más cámaras y una llanta nueva.
Después de descubrir que el último ferri estaba lleno y verme forzado a pasar la noche en Bandirma en algo que semejaba un parque-bosque- instalaciones militares abandonadas, logré tomar el primero de la mañana que por dentro lucía como una nave espacial de lujo y luego me las arreglé para escandalizar a unas señoras de aparente pero dudosa alcurnia con mi ritual de preparación del desayuno. 

Estambul

La ciudad es una locura, es enorme y es genial. Los turistas son (somos) numerosos como termitas que consumen un árbol y en tal cantidad que no sabes si de hecho queda algo de madera. El sistema de transporte no es barato pero es increíblemente extenso y a pesar de que todos dicen que es muy sencillo, para mi es incomprensible. Es la época del Ramadán, el mes del ayuno religioso que se rige por un calendario lunar y en algunas calles hay grandes carpas que ha montado la municipalidad para el Iftar, el momento en que se rompe el ayuno cada tarde. Como la comida es gratis hay gente que hace cola durante horas y según entiendo, no todos los que se forman siguen el Ramadán.  Con alguna dificultad llegué al lugar de reunión con Kerem, increíblemente en punto de la hora. Después fuimos a su departamento donde vive con un colega del trabajo y al abrir la puerta escaparon los deliciosos aromas de la cena. Platicamos animadamente y para cerrar el día con broche de oro ¡un baño! Tuve que bañarme dos o tres veces por que al principio el jabón ni siquiera se dignaba a hacer espuma. 

Estoy conociendo la ciudad y descansando un poco. Comienzan los planes y preparativos para el regreso.