-Si todos nos portáramos en la vida diaria como en el Camino, esto sería un paraíso-
Santiago, durante la cena.
Todo un Logroño, Martes 25 de Octubre
Puente la Reina- Logroño: 70.1 km aprox. Ver ruta
Muchos de los que cruzamos el umbral del refugio como extraños la noche anterior nos despedimos hoy como amigos, o por los menos, como los amigos que podríamos llegar a ser si tan sólo siguiéramos el mismo camino por el tiempo suficiente. Antonio y Juan tienen el plan de llegar a Logroño, a unos 80 km de Puente la Reina, donde hay un refugio de la municipalidad y lo mejor, donde se hacen unas tapas exquisitas. Ayer platicamos un poco cuando consiguieron sacarle la mayor parte del barro a sus bicicletas después del temporal, acordamos encontrarnos allá e intercambiamos números de teléfono. En esta mañana tan fría no tengo la menor intención de ponerme los tenis mojados así que salgo en sandalias pero bien abrigado, lo cual me gana unas cuantas sonrisas incrédulas. – ¡Mucho gusto y ojalá que hasta luego!-
Salgo al camino acompañado por el ya familiar dolor de frío en manos y pies, eso hasta que encuentro mi primer repecho no mucho después de comenzar. En el menú de la mañana mi platillo favorito: carreteras desiertas, impecables, que serpean entre parajes igualmente desolados. Todo esto sólo para mí. Un consuelo para la gripa que decididamente ya se ha instalado y para la voz de ultratumba que afortunadamente no tengo necesidad de utilizar. Hacia el medio día por fin logro solucionar el problema del rayo roto en un taller donde, sin embargo, me cobran diez euros por un trabajo de dos minutos que si tan sólo tuviera la herramienta… Al retomar la dirección de Logroño me cruzo con Antonio y con Juan afuera de otro taller y decidimos, sin más, continuar la etapa juntos. Me hacen saber que nos encontramos cerca de una fuente de vino ¡de vino! Inesperadamente, el vino es mejor de lo que esperaba poder extraer de una fuente y mejora con cada sorbo. Antes de dejar la fuente atrás nos hacemos de una buena provisión. Comer acompañando, compartir la comida y anécdotas, beber vino de una botella de plástico, saludar a la gente con mochila y sombrero que sale de sendas ocultas y desearles buen camino, lavar los cubiertos en una fuente de agua, calarse la gorra y decir ¿por dónde vamos ahora? –un lujo inusual. Pasamos por algunos caminos de terracería antes de salir a la carretera donde yo me siento mucho más cómodo pero aún así me cuesta trabajo seguir el ritmo. Hago un esfuerzo y pedaleo con ahínco. La carretera nos depara una interminable sucesión de colinas, de vientos en contra, de horas que pasan a prisa y nosotros mantenemos la marcha para llegar Logroño, soñando con esas tapas y la gran cena de solomillo que nos vamos a preparar. Al final del día llegamos exhaustos al refugio municipal donde nos dejan bien claro que hay reglas y se respetan al pie de la letra como que se cierra la puerta a las nueve, que hay que estar fuera a las 7:45am y que el registro para ciclistas empieza a las siete de la tarde para dar preferencia a los que van llegando a pie. Cuando al fin entramos nos enteramos de que no hay estufa para cocinar así que a bañarse y a por las tapas. En el camino de salida encontramos a James y Andrea, de Inglaterra, que viajan en Bicicleta desde París y les proponemos ir con nosotros. Con ellos viene Chris, de Canadá. Entre todos recorremos los bares en busca de esas deliciosas tapas que no tardamos en encontrar y encadenar una tras otra acompañadas de los respectivos vasos de vino y risas. Al final, cuando volvemos corriendo diez minutos después de la hora de cierre del albergue, nos recibe el ceñudo encargado con un regaño que nos devuelve a la infancia y después del cual trastabillamos en la oscuridad a las habitaciones entre susurros y risas mal ahogadas. –Fascista- dice Chris con una sonrisa maliciosa.
Manada virtual, Miercoles 26 de Octubre
Logroño- Tosantos: 78.8 Km aprox. Ver ruta
La gente en los albergues, a diferencia de los hostales, comienza a moverse desde muy temprano y hoy, desde antes de las cinco de la mañana. Cuando empieza a clarear ya estamos afuera y esperando a que nos abran la bodega donde han guardado todas las bicicletas. Si me apegara a mi plan, me despediría hoy de todos y encaminaría hacia un pueblo llamado Cenicero desde el cual doblaría al suroeste hacia a Madrid. Anoche sin embargo, cuando los humos del vino revoloteaban alegremente en mi cabeza, lo platicamos y me convencen de hacer una etapa más con el grupo hasta Tosantos, en dirección de Burgos. Cargamos las bicicletas afuera del albergue mientras a través de la ventana de la oficina suena algo parecido a la Cabalgata de las Valquirias -Se los dije, un fascista- dice Chris y estallan las carcajadas.
Empezamos el día bromeando, vamos lentamente y bebiendo sorbos de vino. Nos paramos cada diez minutos a tomar fotos, a intentar bajar granadas de un árbol, a buscar un baño… Cerca de las dos de la tarde nos damos cuenta de que vamos demasiado lento y de seguir así no completaremos la etapa. Comienzan las marchas forzadas nuevamente. Cometemos el típico error de no hacer compras temprano para no cargar con la comida todo el día. Seguimos uno de los senderos del Camino que me hace sudar pensando en los frágiles rayos de la Negra, en algunas partes el terreno es irregular como un lavadero, en otras no hay más opción que descender y empujar los siniestros rodados. Nos saltamos la hora de la comida y encontramos una pendiente de terracería que nos drena las últimas fuerzas pero el próximo pueblo está a cuatro kilómetros y es prácticamente puro descenso. Al llegar a la plaza principal nos encontramos con James y Andrea, haciendo picnic tranquilamente. Hacemos planes para seguir todos juntos pero se truncan cuando Juan, Antonio y yo entramos en un merendero y pedimos ración doble de espagueti, ellos continúan y nosotros comemos hasta que la idea de seguir pedaleando parece imposible. Si bien la perspectiva de continuar ya parece poco agradable, ni qué decir de aquella de hacerlo por los tortuosos caminos de terracería que mi bicicleta ya comienza a resentir. La única alternativa es continuar por la Nacional pero esa sólo es de mi agrado así que convenimos separarnos y encontrarnos en el siguiente pueblo, a unos 20 km de distancia. Cuando nos volvemos a encontrar la peor parte de la digestión ya ha pasado y nos topamos nuevamente con los ingleses de manera que partimos los cinco para hacer los últimos seis kilómetros en manada. Fue Santiago en Puente la Reina quien nos recomendó el albergue ya que él fue voluntario ahí hace dos años. El recibimiento que nos dan raya en lo conmovedor. Nos bañamos, cenamos y nos invitan a una reflexión en una pequeña sala en el ático de la casa centenaria, las palabras se olvidan pronto pero la sensación permanece durante días.
Al sur, Jueves 27 de Octubre
Tosantos- Santo Domingo de Silos: 96.8 km Ver ruta
Lluvia para hoy. Abrazos de despedida, buenos deseos y fotos de grupo bajo el cielo borrascoso. Un último adiós y el coro vuelve a ser solo. El padre José Luis, encargado del refugio de Tosantos, sugiere que me dirija al monasterio de Santo Domingo de Silos, busque al padre Alfredo y le diga que voy de su parte para que me dé refugio esa noche. Regreso cuatro kilómetros por donde vinimos la noche anterior para encontrar la carretera que cruza la Sierra de la Demanda. Un hombre trata de advertirme que el Camino de Santiago no va por ahí y cuando le comento que voy a Madrid me desaconseja seguir por la sierra y menos con este clima. Le doy las gracias pero sigo la ruta planeada después de envolverme lo s tenis con bolsas de plástico cuando la lluvia comienza a caer de verdad. Me aprovisiono en una tienda y continúo espoleado por el frío aunque pronto comienzan las pendientes, mayores de lo que había estimado. Allá en la distancia aparecen unas cumbres nevadas alzándose por encima del paisaje otoñal. Hago un alto cuando veo personas conversando junto a la carretera y les pido todo tipo de detalles sobre el terreno que tengo por delante. Me dicen que es poco factible llegar hasta el monasterio en un solo día teniendo en cuenta el puerto de montaña que hay que subir –Depende de cómo tengas las patas- me dicen. La duda me hace torcer la boca pero me digo que al menos lo voy a intentar. Conforme avanzo los pueblos se vuelven más y más escasos. Con todo mojado por la lluvia no dan ganas de sentarse a comer así que durante todo el día voy comiendo bocados que saco de las alforjas y manzanas que tomé de un árbol y que guardo en los bolsillos. Cuando llego al puerto de montaña y veo que es temprano me decido a continuar. Cuando a las seis de la tarde me encuentro frente al monasterio caigo en cuenta de que llevo nueve horas sobre la bicicleta, de que no he descansado en todo el día y de que tengo la ropa toda mojada por la lluvia y el sudor. Entro temblando en la iglesia y tomo asiento con la esperanza de entrar en calor. Comienzo a reflexionar como voy a hacer para encontrar al padre Alfredo en ese enorme complejo cuando recuerdo un comentario que escuché la noche anterior según el cual los monjes de aquí son famosos por los cantos gregorianos con los que celebran los oficios y creo que he llegado justo a tiempo. Noto la gran cantidad de turistas asiáticos y comienzo a hacer conjeturas cuando de pronto entran por las puertas no menos de doscientos estudiantes de secundaria acompañados por sus respectivos profesores que se afanan en vano por mantener la compostura de los chicos. Cuando comienzan los cantos siento un escalofrío subirme por la espalda y sospecho que no es sólo de frío. Cuando concluye el oficio y los monjes atraviesan el pasillo en formación cantando frente de mi no puedo contener las lágrimas que comienzan a brotar a borbotones. Me lleva un buen rato encontrar al padre Alfredo, preguntando por él casi afónico a todos los monjes que veo y cuyo trato, aunque amable, me parece notablemente parco. El padre Alfredo tampoco es necesariamente la calidez personificada pero su expresión cambia cuando menciono al padre José Luis: parece recordar algo, sonríe y dice que es un buen hombre. Al final del día me encuentro en unas habitaciones para peregrinos de las cuales soy el único ocupante. El padre Alfredo me trae algo de sopa caliente para mi garganta y un plato de carnes frías con queso. Le agradezco y después de que nos despedimos tomo un baño caliente, ceno y dedico algún tiempo a estudiar el mapa. Tengo cobijas de sobra así que, al menos por esta noche, no pasaré frío.
El asfalto bajo mis ruedas, Viernes 28 de Octubre
Santo Domingo de Silos- Santibañez de Ayllón: 105 km aprox. Ver ruta
Al igual que todos los refugios, de este también hay que salir temprano así que con las primeras luces del alba me despido del padre Alfredo, quien pide a dios que me proteja y guie en mi camino. Como de costumbre no rechazo nada, ni siquiera las bendiciones. Pronto descubro ante mí una vasta llanura de sembradíos y viñedos. Hace días estuve en la Rioja con Juan y Antonio, hoy me dirijo a la Ribera del Duero. Eso significa para mí más kilómetros a menor costo y hoy es el día para avanzar.
Una sensación casi olvidada. El viento cálido me acaricia el rostro mientras el asfalto parece fundirse bajo mis ruedas. Antes del medio día he dejado cincuenta kilómetros atrás y me pregunto si antes de que termine el día podré arrebatarle otros cincuenta o más al camino pero no estoy tan seguro ya que tras el horizonte se revelan poco a poco las cimas de la Sierra de Ayllón que deberé franquear para poder llegar a Madrid. Hoy, como ayer, paso el día prácticamente sin desmontar pero hago un alto en un área de descanso a la salida de un pueblo fantasma, uno de esos lugares desolados en lo que me siento tan bien. Cerca del final del día el terreno se inclina nuevamente y mis ruedas se deslizan con menor velocidad al subir por las faldas de la montaña. Platico un momento con una señora muy amable quien me regala dos kilos de manzanas y una pieza de pan, seguro pensando en sus hijos de los cuales uno recorre los vastos confines de Sudamérica. Cuando cae el sol desmonto y acampo junto a la carretera en un área desprovista de árboles pero oculta por unas rocas. Abandono pronto un intento de hacer fogata con madera húmeda. Estoy cansado, tanto que ni me apetece comer pero me fuerzo a comer algo de mis provisiones casi agotadas. Contrariamente a lo que hubiera querido he finalizado el día otra vez en la serranía de manera que el frío está garantizado. Me visto por completo y entro en el saco de dormir. Durante toda la noche me mantienen despierto los accesos de tos y la garganta que me arde como si la tuviera en carne viva cada vez que paso saliva. Es la primera noche que paso frío a pesar de traer todo puesto encima y ojalá la única. Cuando salgo a mear en la madrugada veo la costra de hielo sobre el toldo.
Un esfuerzo más. Sabado 29 de Octubre
Santibañez de Ayllón- Hiruela: 70 km. Ver ruta
Por fin amanece. Me desplazo por un mundo secreto de neblina, una burbuja intemporal de seis metros de diámetro más allá de la cual parece no haber nada. Las diminutas partículas de agua en suspensión se adhieren a los pliegues de mi ropa, a mis pestañas, a mis cejas. Comienzo el ascenso en cuanto pongo el pié en el pedal ansiando entrar en calor cuanto antes. Paro un momento para ponerme el chaleco reflectante cuando algo a mi derecha rasga el aire una y otra vez con un profundo rumor grave. Entre la niebla se dibuja débilmente la silueta de un enorme generador eólico, creo que ya debo estar cerca de la primera cima. La principal causa de inquietud de este día es cortesía de los veinte kilómetros de terracería que atraviesan la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz, estoy seguro de poder cruzarlos hoy mismo pero no se cuanta energía me tome hacerlo y no quisiera, por ningún motivo, pasar otra noche como la anterior de manera que apoyo fuerte en los pedales a pesar de sentir un gran cansancio desde el comienzo de la mañana. Mis expectativas no son defraudadas y antes de llegar a la mitad del trayecto estoy exhausto y es cerca de la una de la tarde. Continúo hasta que por fin llego a algún puerto sin marcar desde el cual se ven las montañas que se interponen en mi camino y desciendo. Al salir del tramo de terracería sé que no podré ir mucho más lejos pero para mi gran alivio encuentro un largo descenso, hasta que noto que he pasado de largo la salida que buscaba y reanudo el ascenso. Pasan las horas y me siento agotado pero me pido un poco más. Entro en caminos solitarios habitados sólo por cabras de monte. -¿Debería parar aquí? No, un kilómetro que avance hoy será uno que no tendré que avanzar mañana y apenas son las cinco y media- Continúo confiando en que serán los últimos esfuerzos del día cuando entonces lo veo. Un precipicio al fondo del cual fluye un río cientos de metros abajo. La carretera desciende abruptamente haciendo zigzag por las paredes de roca, cruza el río por un angosto puente y vuelve a ascender para luego perderse entre las montañas. Bajar seguro lo logro aunque en ello me acabe los frenos, la subida es otra historia. Hora y media más tarde he cruzado. Me tiemblan las piernas, estoy empapado de sudor, el corazón me late a toda velocidad y esta vez estoy convencido de que no puedo continuar. Por otra parte si me detengo ahora tendré que acampar en el monte desprovisto de árboles, con provisiones muy menguadas y estando aún en la sierra de manera que sigo un poco más. Dan las nueve y media de la noche y voy llegando a Hiruela, dos kilómetros antes del puerto de montaña del mismo nombre. Para llegar ahí hube de descender y ascender incontables veces, me perdí y encontré el camino, inspeccioné una cabaña forestal al parecer abandonada pero cerrada con llave, unas señoras me aseguraron que Hiruela estaba cerca y comí mis últimas provisiones de pie antes de atar la linterna al manubrio con una liga y continuar pedaleando de noche. ¿Podría seguir si no hubiera más remedio? Prefiero no pensar en ello. Me pongo a buscar un… bueno, lo que sea para pasar la noche y comer algo. Afuera de un pequeño bar café platico lo mejor que puedo con mi voz enronquecida con una pareja mayor. Paco resulta ser empleado del ayuntamiento y llama al alcalde para avisar que van a abrir la bodega para que pueda pasar la noche ahí. La bodega tiene, gracias, gracias, calefacción. Al ver que en el bar no tienen la menor intención de preparar bocadillos y que estoy dispuesto a comerme lo que sea, me invitan a cenar con ellos en su casa. Este día tiene un final feliz.
La última cabalgata, Domingo 30 de Octubre
La Hiruela- Colmenar Viejo: 70.3 km aprox. Ver ruta
Estoy de pie en el puerto de la Hiruela mirando hacia abajo, al valle y preguntándome que sorpresas me están reservadas para hoy, teóricamente, el último día de mi viaje en bicicleta. Una foto antes de iniciar el descenso. No se siente como el último día, de hecho se siente casi el primero, como si tuviera meses y meses de vida peripatética por delante. Lo que si me espera es salir de la sierra, imponente como una muralla que resguardara la entrada a la ciudad. Una pinchadura de despedida en Guadalix y me siento en el suelo a realizar por la última vez en este viaje una maniobra casi de rutina. El camino ya no me reserva sorpresas. Entro en la estación de cercanías de Colmenar Viejo, compro mi boleto y voy rumbo a Parla. Atravieso un Madrid envuelto en las sedas del ocaso, breve como un suspiro y al siguiente estoy llamando a la puerta. Cinco meses en bicicleta, no sé cuantos kilómetros pedaleados y menos los recorridos. Ocho, casi nueve meses de viaje. Siento una punzada de nostalgia al mirar el camino por el que he venido pero si algo he aprendido es que nada se acaba definitivamente, más que una sola vez.